Mapa del sitio Quienes somos Comuníquese con nosotros Newsletter

Tema Núcleo Novela-Mito    Ver todas las notas de esta sección

 

El anudamiento de los tiempos en la novela familiar

Sylvie Le Poulichet

Los planteamientos freudianos sobre la «novela familiar» nunca sorprenderán lo suficiente: ¿por qué todo niño se ve movido a reescribir su historia bajo la forma de un relato secreto que le permite retornar de una nueva manera al origen? ¿Moldeará la elaboración de la novela un lugar en el que las figuras del origen puedan ser halladas y otorgar anclaje a la historia?

Evidentemente, la elaboración de la novela familiar no es un simple ejercicio literario: veremos que constituye más bien la trama de un devenir semejante y extraño, correlativo de un devenir sexuado.

Desde este punto de vista, no es para asombrarse si en ocasiones adquiere una función esencial en la cura analítica, cuando el movimiento mismo del devenir parece problemático o, concretamente, cuando la relación con el semejante se coagula en un collage y en una actualidad cruda, mientras que la dimensión misma de la historia ya no parece en movimiento. A raíz, precisamente, de dificultades surgidas con pacientes que se habían sumido en diversas formas de destrucción del tiempo, la elaboración de una novela familiar en la cura se me apareció a posteriori como una apuesta clínica importante, precisamente cuando tal construcción de la neurosis infantil parece haber fracasado.


La multiplicación de los padres y la metáfora del extraño

La demostración de Freud acerca de la novela familiar podría entenderse como un proceso fundamental de anudamiento de los tiempos en el marco del fantasma, y como un momento de actualización de una esencial distancia entre lo semejante y lo extraño. La novela familiar representaría entonces un acontecimiento constitutivo de la relación temporal del sujeto con el Otro, no asimilable por ello a una adquisición psicológica pues el trabajo de devenir semejante y extraño se emparienta de hecho con un proceso dinámico e interminable: nunca terminamos de devenir semejantes y extraños. Intentaré, no obstante, mostrar en qué forma el trabajo de la novela familiar, tal y como Freud lo presenta, realiza lo que podríamos denominar una metáfora de lo extraño.

En su artículo de 1909 sobre la «novela familiar de los neuróticos», Freud evoca el «llegar a ser grande» y el «devenir extraño» a través del desasimiento del niño, donde se pone en juego la oposición de las generaciones. Menciona en primer término el trabajo del «llegar a parecerse»: concretamente, se trata de llegar a parecerse al progenitor del mismo sexo. Ahora bien, un sentimiento de insatisfacción y la certeza de haber sido «relegado» dan al niño ocasión para criticar a sus padres sirviéndose de la referencia a otros padres preferibles en muchos aspectos (1). Al hilo de sus ensoñaciones, el niño imagina haber sido probablemente adoptado, y se las arregla así para desembarazarse de sus padres, ahora desdeñados y juzgados, a fin de sustituirlos por otros y de ocupar transitoriamente él mismo el lugar del extraño. «El sujeto ha comenzado a devenir extraño», dice Freud, desde el momento en que «la fantasía del niño se ocupa en la tarea de librarse de los menospreciados padres y sustituirlos por otros» (2). Se demuestra entonces que esta entrada en el espacio de la novela es correlativa de una operación de sustitución: primer tiempo de una metáfora de lo extraño.

Después, al llegar al estadio sexual de la novela familiar, el niño toma conocimiento de la diferencia de sexos y deduce que el padre es incierto mientras que la madre es «certissima». A partir de entonces, la referencia a un padre ideal puede basarse en la realidad sexual: su verdadero padre, cuya existencia le habría sido ocultada, es seguramente «más noble». En cuanto a la madre, objeto de la curiosidad sexual, el niño le inventa ocultos enredos amorosos y pone en duda la legitimidad de sus otros hermanos.
Resulta del artículo de Freud que ficciones en apariencia muy hostiles prueban en realidad un proceso estructural que no sólo convierte a la toda- madre en una mujer deseante, sino que además redistribuye las diferentes figuras de la paternidad en momentos en que el niño se propone asumir su identidad sexual.

La «novela familiar de los neuróticos» actualiza entonces una distancia por recorrer entre un padre real y un padre ideal... pero esto no es todo. Recuerdo aquí las puntualizaciones de Freud: «El íntegro afán de sustituir al padre verdadero por uno más noble no es sino expresión de la añoranza del niño por la edad dichosa y perdida en que su padre le parecía el hombre más noble y poderoso (...) se extraña del padre a quien ahora conoce y regresa a aquel en quien creyó durante su primera infancia; así, la fantasía no es en verdad sino la expresión del lamento por la desaparición de esa dichosa edad» (3). La distancia y la sustitución engendran entonces la nostalgia de lo que no fue, o la fabricación de un trastiempo mítico. Al construirse un «antiguamente, en aquellos tiempos, había una vez un padre...», el dios de la infancia o la bóveda estrellada del universo infantil se ven nuevamente restaurados. Si la novela familiar implica la pérdida supuesta y la nostalgia de un primer tiempo feliz, es porque la sustitución del padre real por un padre ideal permite en cierto modo hacer existir una pérdida primera que marcó el tiempo del origen: esta sustitución acarrea una recomposición del origen que no es comienzo.

Todo indicaría que, en el desarrollo de este artículo, Freud propone una fórmula de los tiempos que se ponen en juego en la novela familiar, donde se trataría de sustituir el padre de la realidad por un padre ideal, con el fin de dar existencia a un padre mítico (se requiere, sin duda, un trípode paterno de esta índole para asentar lo arbitrario o para aceptar a ese padre impersonal y acéfalo que en última instancia la ley sin razón representa). Este proceso articula, distinguiéndolos, un real actual, un posible ideal y un trastiempo mítico. La distancia entre los padres heterogéneos, o la no coincidencia de los padres en la novela familiar, permitiría que el cuerpo se elabore en los intervalos abiertos por el desfallecimiento del Otro. A contrario, la mera referencia a un padre que fuese el padre absoluto coincidente consigo mismo (a la vez el «papá» de la realidad, el ideal, el «juicio de Dios»...) demolería desde un principio el trabajo de separación y de elaboración fantasmática del cuerpo. Este fue, a buen seguro, un aspecto en el recorrido del presidente Schreber.

Freud indica claramente que la mira de la elaboración de la novela familiar no es otra que un trabajo de desasimiento y de puesta en oposición de las generaciones. Ahora bien, queda particularmente en evidencia que la duda sobre el padre engendra la multiplicación de padres y la distancia entre la diversidad de estos. Gracias a esta distancia se traza una separación, y se manifiesta en negativo el lugar del sujeto: en cierta medida, el sujeto es aquí efecto de la puesta en relación de los diferentes padres. Si este padre «no pega», si este padre no es el padre, queda presentificado entonces el espacio del desfallecimiento del Otro, indicando un lugar vacío en el que va a amarrarse el deseo propio del sujeto.

 

Separarse, se parer, engendrarse

La novela familiar representa en cierto modo una versión novelesca del cogito cartesiano: «dudo, luego soy... autor o novelista de mi historia», «dudo, luego me separo». Con referencia a otra versión de la duda, Lacan menciona en el Seminario 11 un semejante tiempo lógico de separación, cuando el niño aprehende el enigma del deseo del Otro a través de las faltas del discurso o de los intervalos que cortan a los significantes. El niño comienza a interrogarse: «El me dice eso, pero ¿qué quiere?». Así se lleva a cabo un proceso de separación. Y el análisis etimológico del término «separación» descubre, como lo recordaba Lacan, un interesante equívoco (4). En efecto, el latín «separare» se compone con «se parare», es decir se parer [*], vestirse y protegerse, pero se asocia igualmente al latín «se parere», es decir engendrarse, hacerse nacer, producirse (5). En este contexto, se trata de engendrarse como sujeto gracias al encuentro de un desfallecimiento en el Otro, que causa el despliegue de los interrogantes fundamentales: «¿Qué quiere el Otro? ¿Qué soy yo para el Otro?».

En el marco específico de la novela familiar, podría entenderse que el sujeto se engendra doblemente: surge como efecto de una duda o de un interrogante sobre el padre y, en un mismo movimiento, vuelve a ponerse en el mundo, entra de nuevo en el mundo de una manera singular gracias a la novela que reescribe el origen. El sujeto, pues, se separa, mientras se atavia simultaneamente con el paño fantasmático, de la novela, cubriéndose con el adorno de la novela que recompone el origen. En efecto, este origen nunca es directamente accesible, mientras que su elaboración ulterior - en una dimensión mítica- demuestra ser constitutiva del lugar del sujeto en la historia. El origen, aquel conjunto de trazas orientadas por una ficción, no existe sino desde el punto de vista de la posición del sujeto, y este origen inaprensible que excede a todo comienzo pasa a ser, entonces, un anclaje posible de la historia.

Paralelamente, la novela familiar representa una nueva manera de vestir la relación sexual que causó el nacimiento del futuro sujeto. Es una nueva versión de una relación sexual imposible de decir, versión nueva merced a la cual se simboliza en parte la relación con el origen.
Este trabajo de la novela consumaría, pues, una metáfora de lo extraño, por la cual deviene (otra vez) posible tener un cuerpo semejante y extraño: una vez instituido narrador, el niño ya no podría coincidir consigo mismo, de igual modo como los padres ya no coinciden entre ellos. Este momento de apertura de la novela sería comparable a aquel tiempo en que Ulises deviene Homero, y en que se reformula la cuestión del destino más allá de la perspectiva de lo vivido. Ahora bien, según Maurice Blanchot, «Homero tiene el poder de narrar sólo en la medida en que, bajo el nombre de Ulises, un Ulises sin trabas aunque fijado, va hacia ese lugar donde la facultad de hablar y de narrar parece prometérsele a condición de que él allí desaparezca...» (6). Esta sería la condición del narrador puesto autorreferencialmente en su propia novela: separado para siempre de sí mismo por las imágenes y por los significantes que lo hacen desaparecer en provecho de aquello que lo representa.

La apertura de la novela determina así una multiplicación de padres y una distancia por recorrer entre los tiempos que implican: lo real actual, lo posible ideal y el trastiempo mítico. Estas distancias que habrá que andar constantemente serán los lugares de navegación de un sujeto. En los intervalos abiertos por estas distancias tendrán lugar las peripecias de su novela: síntomas, actos o creaciones que figuran episodios de su Odisea y que representan diferentes maneras de reinventar el padre, o de relanzar a los tiempos la fábrica incesante de padres, a saber: esas formaciones que anudan el goce a su propia prohibición.

 

La apertura de una novela familiar en la cura

Con estos elementos es posible ahora redefinir la articulación entre la novela y los tiempos en la cura analítica, esa otra navegación «terminable e interminable». He elegido descomponer brevemente este proceso de la novela familiar desde el punto de vista de la temporalidad, pues su referencia me parece absolutamente esclarecedora en lo que respecta a las diferentes secuencias lógicas que pueden sucederse en el trabajo de la cura analítica. Salta, efectivamente a la vista que el anudamiento de los tiempos por parte de la metáfora de lo extraño constituye a veces un aspecto esencial del trabajo analítico, no sólo con los niños y adolescentes sino también con ciertos pacientes adultos. Se trata, en cualquier caso, de curas en las que nos hallamos ante las formas de destrucción del tiempo más apropiadas para hacernos repensar el problema del tiempo en la cura. Concretamente, la experiencia analítica puede plantearse en parte como un momento de apertura o de reapertura de la novela y de autorreferencialidad de la función del narrador por multiplicación de los padres. Según lo indicaron, cada cual a su modo, Freud y Lacan, preciso es extraer las consecuencias del hecho de que la verdad salga siempre de labios de una ficción... Además, es preciso que la ficción esté compuesta, como en aquel tiempo de la novela en que, según Blanchot, el yo queda «separado de sí mismo por una serie vacilante y fugitiva de "yo" que poco a poco lo despojan de sí» (7).

Pienso ahora concretamente en el trayecto de un analizante que me incitó a pensar juntos el tiempo y la novela en análisis, a raíz de que la propia elaboración de una novela familiar parecía haber fracasado. De este analizante diré, a posteriori, que los tiempos de su historia parecían desanudados por cuanto, en apariencia, no le quedaba más que un solo padre. En efecto, una y otra vez su mundo corría peligro de hundirse cuando sus propios orígenes se empezaban a evocar, como si el origen no hubiese sido precisamente recompuesto. Intensos zumbidos invadían entonces sus oídos y una sola imagen, siempre idéntica, se presentaba ante él: la del general de Gaulle en una pantalla de televisión. El paciente temía entonces que esta imagen volara en pedazos, porque detrás de ella, decía, «ya no habría nada». Cuando evocaba esta imagen en sesión, era imposible saber si se trataba de un sueño, de un recuerdo o de una alucinación, y ninguna asociación surgía en torno de ese acontecimiento. No podía decir prácticamente nada de su familia argelina, y en una primera época resultaba difícil formarse una idea de quién era y de dónde venía, salvo que había salido de la cárcel, a la que lo llevó una delincuencia asociada a un período de toxicomanía. Sus palabras parecían coaguladas en una actualidad cruda; se hallaba confundido entre una palabra «lista para llevar», impersonal, no particular, y él, manifiestamente ni del todo hombre ni del todo mujer. Solía expresarse con fórmulas «terminantes», como por ejemplo: «mi sexualidad no se ve por todos lados ... ».
Y, sin embargo, precisamente «eso se veía por todos lados», dado que en este espacio sin espesor lo amenazaba en cierto modo algo que me atrevería a llamar una «perpetua cópula».  Todo era ocasión para que lo acecharan las relaciones sexuales y él interrogaba: ¿tenía que hacerse sodomizar quieras que no? ¿No debía gozar con un perro o violar a esa chica? Todo parecía igualmente abierto e imperativo, según el modelo mismo de sus sueños que eran, como él decía, «sueños descubiertos»: sueños cuya imagen fija se reducía a veces a una inmensa vagina o a una escena de incesto con su madre. Todo parecía posible, como en su adolescencia, cuando vigilaba la maduración de su pene acechando simultáneamente el desarrollo del pecho. Por otra parte también decía que junto a su padre, de niño se hacía semejante a él, mientras que paralelamente al estar junto a su madre, también se hacía lo que ella era y lo que ella quería. Y al mismo tiempo yo escuchaba que padre y madre se asimilaban en su discurso a dos líneas paralelas que no parecían capaces de cruzarse.

Hacia el comienzo de la cura, un acontecimiento que había fracturado su infancia se presentó como un «comienzo» de su historia, cuyas huellas partió él a buscar en los archivos de un diario: se trataba de la explosión e incendio del departamento en el que había vivido con su familia, en los suburbios parisienses. Habría sido su propio padre, ese día particularmente alcoholizado, quien hizo explotar voluntariamente el departamento con gas. La madre del paciente, gravemente quemada y desfigurada, estuvo mucho tiempo en el hospital; y, cuando volvió, el paciente pensó que ya no era la misma. Por lo que a él se refiere, lo pusieron en un hogar con sus otros hermanos; en cuanto al padre, estuvo unos meses en la cárcel.

Poco a poco se desplegó entonces en la cura un relato dominado por la imagen masiva de un padre absoluto, de un monstruo violento y dictador que aterrorizaba a toda la familia y que, un día, habría obligado al futuro paciente a comer sus excrementos. Antes de emprender un trabajo analítico, y como si hubiese querido preservar su lugar, el paciente había roto toda relación con sus padres y se había hecho pasar por muerto. Desde ahí, proseguía su relato confuso su tentativa de reescribir la historia mediante la reconstitución del pasado.

De ahí en más, en la cura, el paciente comenzó a definirse un lugar, un cuerpo y una consistencia bajo el impulso secreto de una novela que sería, poco más o menos, la siguiente: «Yo no soy hijo de mis padres, fui encontrado en un tacho de basura, pertenezco a una familia ilustre y voy a probarlo». Entre tanto, realiza ciertos actos y define un lugar social, no sin dificultades ya que se aferra a una posición de víctima a la que «se» debe amor y reparación inmediata: tuvo así el análisis a maltraer, con los desafíos y demandas repetidos a que lo inducía tal posición.

Después de varios años de cura, en circunstancias en que debe redactar una «tesis» que le permitirá acceder por fin a un diploma, relata un sueño que le ha causado comnoción: «Estoy en su barrio, haciendo mis necesidades tranquilamente en la calle, de pie; usted pasa por ahí y me alcanza unas hojas de papel higiénico... ». Este «hacer», este «hacer solito», resonará especialmente a través de las asociaciones como un acto inaugural, que desencadena sin embargo una tristeza profunda pues desde el momento en que reconoce lo que ha hecho, se decepciona: no era más que eso.

Se verifica a posteriori que, en ese momento, la muleta que su «novela» representaba había perdido en parte su razón de ser, pues ahora su propia imagen se organizaba parcialmente en torno de una pérdida: el sueño había actualizado en cierto modo una pérdida. ¿No había expulsado acaso, con un extraño giro, aquello con lo que se identificó durante años: un excremento que adoptaba la figura de un «desecho de la sociedad»? También a posteriori pareció que por el juego de sus «teorías sexuales infantiles» se había identificado con un excremento- pedazo del cuerpo de la madre, y que la imagen coagulada del acto insensato del padre de hacerle tragar sus heces reducía cualquier distancia, haciéndolo coincidir brutalmente con él mismo y produciendo una «devolución al remitente», una exclusión interna.

En la época de este sueño, cesó finalmente de hacerse pasar por muerto ante su familia y desaparecieron los zumbidos de oídos así como el pánico ligado a la imagen del general de Gaulle. Se decide entonces a encontrarse con sus verdaderos padres «comunes» de la realidad «tonta». Y se confronta con ellos esta vez sin sentirse aspirado o absorbido en peligrosos pasajes al acto. Se encuentra especialmente con su padre y lo reconoce como a un hombre maltrecho y que envejece entre los demás: es nada más que un padre. Por último, intenta entablar relación con una mujer y se pregunta no sin dificultad por su identidad de hombre. Pero esto no significaba que el análisis hubiese terminado, pues aquello era más bien un posible comienzo, o una primera navegación que había recompuesto el lazo del sujeto con el objeto en los tiempos.

Este relato de una novela en la cura, por fuerza condensado, resulta probablemente del encuentro entre esta cura y el artículo de Freud sobre la novela familiar, interpretado como un momento lógico de anudamiento de los tiempos por la metáfora de lo extraño. Diré también que tal relato representa ciertamente una huella o un producto de una formación propia de la cura, es decir, una construcción que da fe de un encuentro entre «teorías sexuales infantiles» del analizante y «teorías psicoanalíticas» reactualizadas por el analista. Esta es quizá, por otra parte, una de las condiciones para la apertura del tiempo de una novela en la cura.

Las metamorfosis de la novela en la cura se producen también en tanto el analista sostiene, mediante una acción que permanece esencialmente velada para él, el recorrido de esa novela de los orígenes. En este aspecto, las «teorías sexuales infantiles» y las «teorías psicoanalíticas» resuenan juntas, como si fuese fundamental que dos «niños» estén ahí, teorizando cada cual para sí, a fin de que se actualice en la cura, y se destruya, una novela: una novela capaz de multiplicar las figuras del padre y que dé un tiempo a los objetos. Sin embargo, este trabajo de la novela en la cura no tendrá nunca el mismo estatuto que «la novela familiar de los neuróticos» aunque sólo se haga inteligible por referencia a la estructura de esta.

La actualización y la disolución de una novela en la cura consuma un tiempo identificante cuando sobre sus cenizas se erige la potencia del mito. El novelista puede entonces hacerse «poeta épico»: aquel que se separa de una «formación de masa» (8), en este caso «la masa familiar», en el intento de fundar un mito o para instaurarse padre de su propio mito: «Fue tal vez por esa época que la privación añorante movió a un individuo a separarse de la masa y asumir el papel del padre. El que lo hizo fue el primer poeta épico, y ese progreso se consumó en su fantasía. El poeta presentó la realidad bajo una luz mentirosa, en el sentido de su añoranza. Inventó el mito heroico. Héroe fue el que había matado, él solo, al padre (el que en el mito aparecía todavía como monstruo totémico). Así como el padre había sido el primer ideal del hijo varón, ahora el poeta creaba el primer ideal del yo en el héroe que quiso sustituir al padre (...) El poeta que dio este paso, y así se desasió de la masa en la fantasía, sabe empero (...) hallar en la realidad el camino de regreso a ella. En efecto, se presenta y refiere a esta masa las hazafias de su héroe, inventadas por él. En el fondo, este héroe no es otro que él mismo» (9).


La detención sobre imagen como «sentencia de muerte» [**]

Parece fundamental abordar de manera dinámica en la clínica los accidentes de desanudamientos temporales, así como la perspectiva de anudamientos temporales en vías de constitución. Pero ello no es posible sino cuando «la clínica se halla en psicoanálisis a partir de un sujeto dado y de un analista dado», es decir, según la fórmula de François Perrier, en el momento en que «no puede atenerse a los modelos estables de una nosografia» (10): «La diacronía de la interlocución, fundada como tal, coloca en devenir problemático a lo que se leía como estabilidad de una economía neurótica o psicótica. ¿Esto quiere decir que las virtudes del diálogo analítico son lo único que hace fundir al sol toda cartografía semiológica o toda estructura? ¿Los Atlas celestes para zodíacos psiquiátricos no conocen otra estrella fija que no sea el sol freudiano? Evidentemente no... » (11).

El trabajo de la novela en la cura no sería, efectivamente, simple literatura; podría representar el andamiaje temporal de un devenir semejante y extraño entendido como devenir sexuado: un devenir hombre o un devenir mujer que, como tal, se opone al movimiento de un puro devenir(12). La elaboración de la novela, al anudar lo actual con lo posible ideal y con el trastiempo mítico, podría sostener entonces el engendramiento de objetos pulsionales por el trabajo de las distancias y de las diferencias.

Esta puesta en acto de la novela en la cura, que incluye el recorrido del analista, tendría sin embargo un valor acentuado con ciertos analizantes de los que, para retomar una vez más una fórmula de Blanchot, podríamos decir que «el mundo amenaza sin tregua hundirse en ese espacio sin mundo hacia el cual los atrae la fascinación de una sola imagen». La detención sobre imagen [arrêt sur image], que puede resonar a veces como una «sentencia de muerte» [arrêt de mort], coagula un tiempo donde los monstruos infantiles acechan a un sujeto excluido.

Ciertas configuraciones traumáticas tienen este poder de destruir el tiempo en las imágenes, de expulsar a un sujeto fuera del tiempo, y de crear imágenes inmóviles que lo miran. En términos más freudianos, se da el caso, en efecto, de que ciertos acontecimientos traumáticos permanecieron vagando en el espanto, coagulando el tiempo del deseo y de las metamorfosis (13). La dimensión misma de la historia parece puesta entonces en jaque por la cristalización de imágenes desprendidas, adosadas a un discurso que no entraña subjetivación. La subjetivación está sin duda «ligada a la trasformación de un dato espacial en tiempo» (14), pero esta transformación resulta a veces en sí misma inaccesible, y ciertas detenciones sobre imagen pueden vacilar tan sólo durante las peripecias de una novela.

Por eso, partiendo del acontecimiento, la novela es entonces la aproximación al acontecimiento que pronto empezará simplemente a tener lugar. Dicho de otra manera, el lazo tejido entre el analista y el analizante pasa a ser el tiempo psíquico donde lo que se encontró comienza solamente a tener lugar (psíquico). Después de Freud, es nuevamente Blanchot quien mejor lo dice: la novela es «la apertura de ese movimiento infinito que es el encuentro mismo, siempre distancia del lugar y del momento en que se afirma, porque en esa misma distancia, distancia imaginaria, se realiza la ausencia y sólo en su término el acontecimiento empieza a tener lugar, punto este en el que se cumple la verdad propia del encuentro, de donde, en todo caso, quisiera ser engendrada la palabra que la pronuncia» (15).

De encuentros diferidos en encuentros fallidos se cumple el trayecto de una novela que realiza la ausencia y luego su propia disolución. De manera totalmente distinta, uno de los tiempos de fin de análisis, que no corresponde exactamente al fin de las sesiones, evoca igualmente ese extraño momento de disolución de una novela, que yo podría ilustrar así: de repente el analista se despierta, como quien, súbitamente lanzado por la violencia de una ola sobre la playa desierta, ve alejarse sobre las ondas una barca... y recuerda de pronto haber estado navegando varios años en esa embarcación. También aquí, el otro ha devenido súbitamente -"poco a poco, aunque de inmediato"- un semejante- extraño. Sin embargo, aún se ha de esperar allí, en esa playa desierta, que el analizante reconozca lo que ha tenido lugar.

*

Notas:

(1) S. Freud, "Le roman familial des névrosés" (1909), en Névrose, psychose et perversion, PUF, 1973, pág. 157. [«La novela familiar de los neuróticos», en AE, vol. 9, pág. 217].
(2) Ibid., pág. 158 [pág. 218].
[*] Verbo traducible, en efecto, por «engalanarse, adornarse», y asimismo por «precaverse, prevenirse» (N. de la T).
(3) Ibid., pág. 160 [pág. 220].
(4) J. Lacan, Le Séminaire. Livre XI. Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse, op. cit., pág. 194. [Versión en cast.: El Seminario de Jacques Lacan. Libro 11. . ., op. cit., págs. 221- 2 ].
(5) Dictionnaire historique de la langue francaise, Le Robert, 1992, tomo 2,pág.1923.

(6) M. Blanchot, Le livre á venir, op. cit., pág. 14. [Versión en cast.: El libro que vendrá, op. cit., pág. 13.] Este señalamiento resuena por entero con el que Lacan presenta en su Seminario sobre la ética, según el cual «en el significante, y en la medida en que el sujeto articula una cadena significante, palpa que él puede faltar en la cadena de lo que él es», Le Séminaire. Livre VII. L' éthique de la psychanalyse, op. cit., pág. 341. [Versión en cast.: El Seminario de Jacques Lacan. Libro 7..., op. cit., pág. 352.]
(7) M. Blanchot, op. cit., pág. 25 [pág. 24].
(8) Según la expresión de Freud en «Psychologie des masses et analyse du moi» (1921), en Essais de psychanalyse, op. cit. [Psicología de las masas y análisis del yo, en AE, vol. 18, pág. 129.]
(9) Ibid., págs. 207- 8 [págs. 128- 9].
[**] Aquí «detención» y «sentencia» traducen el mismo vocablo arrét cuya polisemia resulta imposible de trasladar a un único término en castellano (N. de la T).
(10) F. Perrier, op. cit., pág. 206 [pág. 250].

(11) Ibid.
(12) Me extenderé sobre la lógica de este puro devenir en el capítulo «Toxicomanía: la invención de la autocronía».
(13) Volveré concretamente sobre esta cuestión del trauma en el capítulo «El instante catastráfico».
(14) Como lo señala Erik Porge en su comentario del «tiempo lógico» presentado por Lacan, en Se compter trois. Le temps logique de Lacan, op. cit., pág. 31.
(15) M. Blanchot, Le livre a venir, op. cit., pág. 16. [Versión en cast.: El libro que vendrá, op. cit., pág. 16.]

***

Texto extraído del libro "La obra del tiempo en el psicoanálisis", S. Le Poulichet, págs. 93/105, editorial Amorrortu, Buenos Aires, Argentina, 1996.
Edición original: Payot & Rivages, París, 1994.
Selección: S.R.



 

        

 

copyright 2005 Todos los derechos reservados.