Kafka y Deleuze
Esther Díaz
El comienzo de todas las cosas grandes en la tierra
ha estado salpicado profunda y largamente con
sangre... hasta el imperativo categórico kantiano
huele a crueldad. F. Nietzsche, Genealogía de la moral, 11, 6.
A partir de un comentario de Sartre, en ocasión de la publicación de Las palabras y las cosas, se ha repetido hasta el cansancio que Foucault es estructuralista. Se preocupó en negarlo en varias oportunidades. Cabe señalar que en el pensamiento de Foucault se descarta la existencia de una estructura idéntica en sociedades geográfica e históricamente separadas. Mientras que el estructuralismo pretende descubrir universalidades subyacentes (en el lenguaje, en la cultura, en el inconsciente), Foucault pretende analizar acontecimientos. Sus preguntas no se dirigen hacia las totalidades abarcadoras sino hacia la singularidad, hacia las rarezas. Sus interrogantes son del tipo de: ¿por qué se dieron en determinada época (y lugar) estos enunciados y no otros?, ¿qué condiciones de posibilidad coadyuvaron para que emergieran ciertos acontecimientos discursivos?, ¿cuáles fueron las condiciones de posibilidad históricas para que se produjeran determinados saberes? Foucault evalúa el estructuralismo como el esfuerzo más sistemático para evacuar el concepto de suceso no sólo de la etnología sino de toda una serie de ciencias. A partir de ello, no ve quién puede ser menos estructuralista que él. Pero remarca que lo importante es no hacer con el suceso lo que se ha hecho con la estructura. No se trata de colocar todo en el plano del suceso sino de considerar detenidamente que existe toda una estratificación de tipos de sucesos diferentes.
Los sucesos producen efectos. Esos efectos no sólo son singulares en sí mismos sino que responden a disposiciones histórico- culturales características de un momento y de un lugar, de su posición en el juego de fuerzas (poder) y de estratos (saber). Foucault no encuentra un sentido oculto que atraviese los emergentes históricos. Por el contrario, pretende encontrar en la historia de la cultura las condiciones de posibilidad de determinados saberes y de particulares relaciones de fuerzas que se descubren en el ejercicio de los poderes. A diferencia del estructuralismo, no se pretende que esas relaciones se encuentren de la misma manera a lo largo del tiempo en las distintas culturas, sino que se establecen con características propias en cada una de ellas. Y si resurgen en determinados puntos de la red de relaciones (esto es, como "nudos", "bolsones", "coágulos" o "rarezas") no es porque recuperan un sentido siempre y necesariamente reiniciado, sino porque lo azaroso de esas relaciones quiso que algunas formas, discursos y prácticas emergieran y otras desaparecieran. Ahora bien - todo hay que decirlo- , Foucault, en las segundas ediciones de sus libros arqueológicos, se preocupó por expurgarlos de términos estructuralistas porque, aunque su concepción no fuera estructuralista, su vocabulario parecía serlo.
Existe una estrecha relación entre alguna de las obras de Foucault, por un lado, y de Deleuze y Guattari, por otro. El anti- Edipo es tributario de ciertos estudios foucaultianos y, a su vez, Vigilar y castigar lleva la impronta de El anti- Edipo. En esta obra, Deleuze y Guattari se encuadran en un esquema teórico similar al de los estudios que le interesaban a Foucault. Estos autores, además, están influidos - en lo que al análisis de lo infinitesimal social respecta- por los estudios micropsíquicos de Freud y por las investigaciones de la mecánica cuántica. A partir de los estudios de Deleuze y Guattari, Foucault iniciará su propia microfísica. En ella continúa siendo fiel a lo que él llamó su alegre positivismo, que se centra en el análisis de un acontecimiento situado; porque todo "aparece con mucha más claridad si se toman las cosas históricamente".
Deleuze y Guattari, tres años después de la publicación de El anti- Edipo, publicaron su Kafka. En esta obra siguen métodos similares a los de la obra anterior. En la primera, la problemática privilegiada es el esquizoanálisis. En la segunda, procuran una visión totalmente anticonvencional de la vida y de la obra del escritor checoslovaco. Respecto de sus métodos de trabajo y en obvia referencia a su "no estructuralismo", los autores establecen que no intentan encontrar arquetipos. Encuentran su regla de trabajo allí donde se introduce una pequeña línea heterogénea en posición de ruptura. Tampoco buscan asociaciones libres, ni tratan de interpretar. No buscan una estructura con oposiciones formales o significantes. Creen, más bien, en una máquina al estilo de Kafka, que no es estructura ni fantasma. Declaran tener en cuenta diversos factores: la unidad puramente aparente de la máquina, la forma en la cual los hombres son también piezas de la máquina y la posición del deseo.
La noción de máquina, tomada de "En la colonia penitenciaria", es uno de los hilos conductores de El anti- Edipo y de Kafka. Algo similar se encuentra en la etapa genealógica de Foucault (cuerpos marcados, impresión sangrienta de la ley, cambios de dispositivos). El concepto principal de "En la colonia penitenciaria" coincide con la reflexión nietzscheana acerca de que las costumbres, las normas y las leyes se inscriben con sangre en el cuerpo mismo de los acusados.
En El anti- Edipo la palabra clave es "maquinaria". En Vigilar y castigar y en La voluntad de saber, "dispositivo". Ambos términos remiten a fuerzas que corresponden a un deseo esparcido, no acotado a un mítico Edipo, ni al petit drama de la famila burguesa. Corresponden, asimismo, a un poder diseminado capilarmente, no a un foco único que se centraría en el Estado. Además de coincidencias hay diferenciaciones entre ciertas categorías de Foucault y de Deleuze (por ejemplo entre "dispositivo " y "agenciamiento") pero, en esta oportunidad, no las analizaré.
Deleuze y Guattari estudian las marcas del deseo en el cuerpo, en tanto ese cuerpo está inserto en la sociedad. Foucault analiza, también, las marcas corporales del poder. Las dos vertientes se inscriben en una doble elaboración de conceptos kafkianos: en tanto concepción maquínica de los "procesos" y en tanto cuerpos marcados. Kafka ha brindado, en su cuento "En la colonia penitenciaria", la metáfora más justa y desgarrada de las marcas del poder en el cuerpo. Esta obra y la utilización que de ella se hace en El anti- Edipo guían el análisis de Foucault. El sistema punitivo del antiguo régimen es fundamentalmente corporal. El poder escribe en una ceremonia pública la ley sobre el mismo cuerpo de los condenados.
En El anti- Edipo el análisis se conduce estableciendo un paralelo fenomenológico entre producción deseante y producción social. Tal paralelismo se hace sin prejuzgar la naturaleza de esas producciones y sin prejuzgar si realmente existe ese paralelismo (al menos, ésta es la declarada intención de sus autores). Allí donde otros autores ven cosas naturales, éstos ven construcciones humanas, demasiado humanas.
La concepción maquínica de El anti- Edipo no se identifica con una posición vitalista que pudiera imaginar a la máquina deseante como un organismo. No hay una unidad específica del deseo. También se pone a resguardo de una concepción mecanicista, puesto que no existe una unidad estructural de la máquina. Entre la máquina y el deseo aparece un vínculo directo, la máquina pasa al corazón del deseo, la máquina deseante y el deseo maquinado. El deseo no está en el sujeto, sino que la máquina está en el deseo. Si se traslada esta idea a la concepción foucaultiana, es válido decir que el poder no está en el sujeto sino que el diagrama dispone el poder y forma parte de la constitución del sujeto.
En El anti- Edipo operan, por un lado, las máquinas morales (sociales, técnicas u orgánicas) y, por otro lado, las máquinas moleculares (deseantes). Estas últimas son máquinas formativas, funciones, en las cuales el funcionamiento y la formación son indiscernibles. Son máquinas que se entrelazan con sus montajes. Las máquinas deseantes operan por conexiones no localizables y por dispersión de localización. Lo que se produce en una de las partes revierte en el resto de la máquina social. Hay conexiones que producen individualidad. Cuando las individualidades (máquinas moleculares) se unifican con las técnicas e instituciones, éstas les proporcionan una existencia visible (personas, especies, variedades, medios). La máquina emerge como un sujeto único. Las conexiones se vuelven globales. Entonces surgen las manifestaciones molares (por ejemplo, el Estado). Éstas representan la masificación y la manipulación del deseo, Las máquinas deseantes moleculares son formas de organización del deseo. Son líneas de fuga de un deseo que continuamente corre el riesgo de ser fagocitado por lo molar, en tanto organizador social del deseo. Lo molar masifica, lo molecular libera, escinde, diversifica.
En el mismo sentido, Foucault insiste en estudiar el funcionamiento o el ejercicio del poder en su acción productiva. Obviamente, también en el poder - como en el deseo- funcionamiento y producción no son equivalentes, aun cuando se relacionan. Esto ya lo había marcado Nietzsche refiriéndose a la genealogía del castigo. El producto o el objetivo del algo no coincide con su causa, ni con su génesis. Ésta sólo puede aclararse si se "desmonta" teóricamente su funcionamiento, si se apunta a lo molecular, a lo microfisico, más que a lo molar, a lo macro.
Deleuze y Guattari dicen en Kafka que una máquina no es simplemente técnica. Mejor dicho, que es técnica sólo como máquina social, que apresa a los seres humanos, así como incluye cosas, estructuras y materias. Los seres humanos no sólo forman parte de las máquinas (siendo ellos también máquinas) con su trabajo sino también con sus demás actividades (ocios, sentimientos, manifestaciones). Lo que produce máquina, estrictamente hablando, son las conexiones, todas las conexiones. Ellas se ofrecen propicias para el desmontaje, cuyo objeto no son personas o cosas sino medios enteros que son recorridos, capturados, cortados. Esto vale para el deseo en Deleuze y Guattari, y para el poder, en Foucault. Aunque en última instancia en los dos casos se trata de relaciones de poder y de deseo. Se trata, asimismo, de procesos sin sujeto, aunque en ellos intervengan sujetos.
Así como para Foucault no es pertinente delimitar el poder en una "cabeza" que lo acumulara o sostuviera unívocamente, no es pertinente (para Deleuze y Guattari) limitar el deseo a los estrechos marcos de la familia burguesa. Rechazan la afirmación freudiana que sostiene que los logros intelectuales, artísticos o sociales son obtenidos por la sublimación de impulsos sexuales frustrados. Sostienen, en cambio, que la libido como energía sexual es directamente movilizadora de acciones creativas. El psicoanálisis actúa como represor cuando supone que la libido debe desexualizarse o incluso sublimarse. Edipo es una verdad atemporal del deseo. En nombre de esta concepción, el psicoanálisis narra el deseo como un pequeño drama familiar. Desde esta perspectiva, Edipo - tanto para Foucault como para Deleuze y Guattari- es un instrumento de poder médico y psicoanalítico para coaccionar al deseo. Se trata de mantenerlo "triangulado" negando, así, la expansión social del deseo. El deseo pertenece al orden de la producción, toda producción es a la vez deseante y social. Se le reprocha al psicoanálisis el haber aplastado este orden de la producción al verterlo sobre la representación de la escena primaria: mamá, papá, hijo. El deseo es mucho más que ese mezquino triángulo. El deseo es una fuerza arrolladora capaz de romperlos muros del dormitorio paterno y de expandirse al exterior.
Al trabajar la representación en relación con el psicoanálisis, Deleuze y Guattari retoman otro tema foucaultiano: la descentralización antropológica. En Las palabras y las cosas, cuando Foucault se refiere a la muerte del hombre dice que en el psicoanálisis y en la etnología estarían dadas las condiciones de posibilidad de desaparición de lo antropológico como figura epistémica propia de la modernidad. Esto se podría producir en tanto el psicoanálisis se ocupa del inconsciente. Pero aún no se ha producido, en tanto apela a la representación. Bastaría con que se ahondara en el inconsciente y que se abandonara la representación para que el hombre desapareciera como desaparece, al borde del mar, un rostro de arena. Este punto de vista es compartido por Deleuze y Guattari. No obstante, en El anti- Edipo (publicado cinco años después de Las palabras y las cosas) la posibilidad de tal desaparición no parece vislumbrarse cercana (a no ser que se pudiera, realmente, instrumentar el esquizoanálisis o análisis institucional). El psicoanálisis reduce el inconsciente a un estado de representación que, enturbiando innecesariamente sus esquemas, es tributario de un sistema de creencias (Edipo, Narciso, festín totémico, falo). De esta manera, queda enclavado en la representación antropológica y se aleja de lo impensado.
El tratar de escapar de la representación es, para Deleuze y Guattari, la causa por la cual Nietzsche abandonó la línea de pensamiento de El nacimiento de la tragedia. Éste puede ser, tal vez, el motivo por el cual Foucault no se muestra interesado por la primera etapa de la obra de Nietzsche, en la cual el filósofo estaría aún ligado a una concepción teórica que lo ataría al mito y a la creencia como formas de lo "impensado-representativo". En las obras nietzscheanas posteriores, la fuerza de lo impensado es capaz de desarrollarse por sí misma, sin necesidad de acudir a la representación (o acudiendo en menor medida).
La producción deseante apela a fuerzas que no se dejan circunvalar por la representación. Mientras que las ciencias humanas, en general, no dejan de buscar el secreto de los códigos en la representación. El psicoanálisis debería atravesar la representación deshaciendo todos los códigos. El inconsciente es maquínico, el poder es disposicional. Estas nociones intentan ahondar en el sentido de lo no representativo. Buscan solucionar la paradoja que significa tratar de penetrar lo impensado con el pensamiento, de entrar en lo diferente con las armas de lo mismo.
Kafka es una presencia importante en Vigilar y castigar y en El anti- Edipo. Pero, en Foucault, la concepción kafkiana subyace casi sin acotaciones implícitas (Foucault hace algo similar con la mayoría de los autores que incorpora a su pensamiento). En El anti- Edipo, las alusiones son más directas u obvias. Pero existen coyunturas en las que estos autores se encuentran o confluyen. Ellas son:
- procesos que se liberan de los sujetos;
- cuerpos marcados por el poder;
- concepción maquínica;
- el exterior que penetra interiores;
- unidades formales que no actúan como totalidades armoniosas sino en forma de fragmentos, trozos, puntos;
- castigo como venganza, fiesta, espectáculo.
Éstas son temáticas trabajadas también por Nietzsche. Se trata de obsesiones compartidas por Foucault, Deleuze y Guattari. Los dos últimos autores, además de utilizar el modelo maquínico, se interesan específicamente por la vida y la obra de Kafka. Los tres realizan, por otra parte, una asimilación teórica del relato kafkiano. Ese relato en el que una disposición maquínica graba, con agujas de acero, las marcas del poder en el cuerpo de los condenados.
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