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LA ESPECULACION PRESOCRÁTICA
A. Introducción
George S. Brett

Nota inicial:  A pesar del la tonalidad neopositivista de este autor lo hemos incluído porque nos parece sumamente interesante poder transitar esta tonalidad que ejerce como textualidad un poder de fascinación tan grande como cualquier "religión" pero bajo el nombre de "La Ciencia", y sin embargo la posición desde la cual se nos habla es mucho más sutil que eso y a la vez aporta muchos datos que son de utilidad y reflexión [S.R.]

Tendemos a considerar la ciencia como un "cuerpo de conocimientos" que comenzó a acumularse cuando el hombre descubrió el "método científico". Eso es una superstición. Está mucho más de acuerdo con la historia del pensamiento el describir la ciencia corno un conjunto de mitos acerca del mundo, cuya falsedad no se ha descubierto todavía. La ciencia tiene sus raíces, en parte, en las primitivas imágenes del mundo y, en parte, en la tecnología primitiva. Se ha discutido mucho acerca de la primacía de la especulación desinteresada o del ingenio práctico en las primeras etapas de la ciencia. Algunos sostienen que aquellos que afirmaban que la tierra estaba hecha de aire, o que tenía una estructura matemática subyacente, o que estaba compuesta de átomos, fueron quienes dieron origen a la ciencia. Otros reivindican las pretensiones de quienes comenzaron a medir para proyectar sistemas de riego, o mezclaron cobre y estaño para conseguir el bronce, o condujeron sus barcos guiados por las estrellas. Sin duda, ambas partes tienen razón; pero son incapaces de poner de manifiesto el núcleo de lo que ahora llamamos "método científico". Éste se origina cuando el hombre comienza a desafiar conscientemente los relatos que se cuentan y a contraponer ejemplos en apoyo de sus argumentos. Los hombres pueden heredar fábulas de sus padres, recordarlas para pasar el tiempo en una fría noche de invierno, desarrollarlas mientras tratan de mejorar sus armas o de curar sus heridas. Eso pertenece a la historia -a menudo, a la biografía personal-, y es de poco interés metodológico. Para el metodólogo, la etapa crucial llega cuando se hacen intentos conscientes para probar los relatos proporcionados por la tradición, la curiosidad especulativa o la necesidad práctica.

Demostrar a un hombre que su relato es falso implica, por lo común, presentar un relato mejor uno mismo. En la argumentación, en la discusión y en la contraposición de ejemplos tomados de la memoria, la observación y los testimonios, está el núcleo de lo que ahora llamamos ciencia. La experimentación, la medición y toda la instrumentación del laboratorio, no son sino medios más precisos de obtener confirmaciones o de contraponer ejemplos. La ciencia consiste en intentos conscientes de refutar los relatos de los demás y en la presentación de relatos mejores para reemplazarlos. La historia de la ciencia es la historia de los relatos cuya falsedad o corrección parcial se ha demostrado.

Para los que piensan en la psicología exclusivamente en función de ratones en laberintos, neuróticos en el consultorio, tests de inteligencia e instrumentos de bronce, no podrá parecer sino extraño que , comience la historia de la psicología con los primitivos cosmólogos griegos. Sin embargo, las teorías de Heráclito y de Empédocles anticipan en una escala cósmica el conflicto entre el amor y el odio que se particulariza en la teoría freudiana de la ambivalencia; y la aplicación de las técnicas matemáticas a la naturaleza se remonta a los pitagóricos. La importancia de los cosmólogos griegos estriba en que se liberaron de las tradiciones religiosas aceptadas y produjeron lo que ellos consideraron que eran mejores relatos acerca del origen y la sustancia del mundo. Eran especuladores. Pero en la ciencia son preferibles las especulaciones, aunque luego se demuestre su falsedad, a que jamás se haya especulado. Es cierto, el celo especulativo y el amor a la argumentación de los cosmólogos griegos no corrió parejas con la observación cuidadosa y la inventiva en el experimento. Es verdad que algunos de ellos, los jónicos, por ejemplo, inflaron pellejos, aplicaron sus oídos a cuerdas vibrantes, probaron el agua y observaron las estrellas. Pero fueron considerados impíos, y hasta indecentes, por aquellos que despreciaban métodos tan groseros. Los aristócratas griegos, en su mayor parte, juzgaban degradante el contacto con las materias primas de la naturaleza. Ellos manejaban hombres y símbolos; las castas inferiores manipulaban líquidos y sólidos. Esa falta de contacto con los materiales, que dejó una laguna entre las técnicas matemáticas y la observación empírica, era una consecuencia desafortunada de la estructura social de la ciudad-estado. También los escrúpulos religiosos, muy difundidos, retardaron la observación de los cuerpos celestes. La contribución típicamente griega al surgimiento de la ciencia fue, entonces, el espíritu especulativo y el amor a la argumentación. El último revivió con los escolásticos medievales, pero sin el espíritu especulativo. Quedó para los físicos de los siglos dieciséis y diecisiete, el combinar el espíritu especulativo con la observación detallada de los fenómenos. Comenzaron casi allí donde Demócrito había dejado.

Resulta interesante el hecho de que las especulaciones minuciosas sobre el hombre fueron las últimas en surgir en la historia de la ciencia. Los cuerpos celestes, los objetos más alejados del hombre, fueron los primeros objetos del interés científico. La especulación avanzó lentamente a través de los reinos de lo inorgánico hasta que, en el siglo diecinueve, la observación detallada de animales allanó el camino para una observación detallada y sistemática del hombre. En las etapas anteriores de la especulación se incorporaron teorías sobre el hombre y, a menudo, deducciones originadas en especulaciones más amplias. En consecuencia, la psicología de los griegos fué tosca, embrionaria y estuvo subordinada a intereses más amplios.

Al pensador griego del siglo sexto antes de Cristo, el ser humano se le presenta como una modificación peculiar de ciertos principios universales. Primordialmente es materia y, como tal, una parte del mundo material. Exhibe modos de acción que, al menos algunas veces, parten de su interior. Sobre todo, participa con otros seres animados de la cualidad peculiar de estar vivo. Ahora bien, en lo que se refiere a la materia o substancia de la cual está hecho, ésa debe de ser, en última instancia, la misma materia que aparece diseminada por el mundo en otras formas; de hecho, la misma que la materia primordial. No investigamos por ahora qué cosa es esa materia primordial, y no oponemos, de manera alguna, la materia al espíritu como si ambas fueran hostiles por naturaleza. Con una singular amplitud mental, los primeros investigadores estaban preparados a tomar cuenta de todos los fenómenos en su intento de definir la substancia primordial de que están hechas las cosas y, por consiguiente, a incluir entre aquellos datos los que ellos consideraban que eran las cualidades del alma. No existe, por lo tanto, una rígida y constante línea divisoria entre el alma y lo que no es alma. El análisis común de la naturaleza como si contuviera cuatro calificaciones o estados primarios, tierra, aire, fuego y agua, proporciona un punto de partida. 0 bien uno de ellos es realmente anterior a los demás, o bien hay alguna cosa o condición de cosas que es anterior a ellos.
Los primeros filósofos, en especial la escuela jónica, se exponen con frecuencia de modo tal que se insiste demasiado sobre el punto de vista cosmológico. Fueron, es cierto, filósofos "fisicos", pero la denominación incluye lo que ahora asignamos a los estudiosos de física, de medicina y de fisiología. El factor decisivo en la elección de una "materia primera" es con frecuencia alguna observación biológica. El mundo es el macrocosmos, el hombre es el microcosmos, y el uno explica al otro. Conocemos algo de la enseñanza médica de la época, y la idea de que el hombre era el universo en pequeño se expresaba en ella claramente; y asimismo cabe reconocer que la substancia plástica de Tales o el aire de Anaxímenes fueron elegidos por sus defensores en base a razones que se refieren primaria y directamente a la vida del hombre. Si bien el historiador de la filosofía puede permitirse dejar de lado esas indicaciones, el estudioso de la psicología debe insistir sobre la influencia que quienes estudian los fenómenos de la vida diaria con espíritu filosófico ejercen sobre las teorías más amplias. El hombre descubre que es una parte del universo, que su naturaleza misma y su carácter están sujetos a leyes y se pueden tratar como universales, que el entrenamiento, las dietas y el hábito lo hacen dueño de sí mismo. Esos descubrimientos crean, en las mentalidades reflexivas, el concepto de un mundo que es la expresión de leyes, no de decretos abstractos, sino de formas regulares de acción, principios implícitos desde el comienzo de las cosas para toda la eternidad. La palabra "cósmico" tiende a tornarse vaga en boca de los autores místicos. Para los griegos no existía vaguedad en la idea de un orden que todo lo penetraba; la universalidad nunca destruyó la posibilidad de una inmediata aplicación práctica; por el contrario, esa idea fué una fuente perpetua de deducciones prácticas. Ello se ve claramente si prestamos suficiente atención al espíritu con que ciertas ideas, ahora lugares muy comunes, son formuladas por primera vez. Para quien estudia la naturaleza humana, aparentemente tan espontánea y original en sus manifestaciones, debió de haber sido una gran revelación, en un principio, el percatarse que detrás de ese ser complejo existía un mundo de elementos, y que la naturaleza misma del hombre, su temperamento, sus pasiones y sus pensamientos, podían ser controlados por los que conocían los secretos del clima y de la alimentación. No es el especialista que cura una enfermedad el que se nos presenta con esas teorías; es más bien la mentalidad especulativa atraída por las nociones más amplias y capaz de ver al hombre como un producto de grandes fuerzas; es el filósofo que habla de dietas y regímenes al creer que encuentra en ésos los elementos del buen vivir, de la salud corporal y de la purificación espiritual. Si queremos entender correctamente la relación de la psicología con la filosofía, debemos tener en cuenta ideas que divergen tan ampliamente como las del filósofo pitagórico y las del médico práctico. Sólo de esa manera podremos apreciar cuán complementarios son en realidad los diversos puntos de vista. Clima y carácter, alimentación y moral, los humores de la sangre y los errores del pensamiento, son éstos los términos en que continuamente se enuncia y vuelve a enunciarse la relación entre el macrocosmos y el microcosmos.

Texto extraído del libro "Historia de la Psicología" de George S. Brett, págs 15/18, editorial Paidós, Buenos Aires, Argentina, 1963.
Selección y destacados: S.R.

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