Vidas
Vanesa Guerra
Es cierto, el misterio es por la vida. Lo que puede cifrarse en una vida no ha de ser ni por un instante algo que se reduzca a pocas o muchas palabras, ni siquiera a una sumatoria de actos. La vida es fuerte, tiene una razón poderosa, mueve, insiste.
La muerte no sólo es fin o debilidad. La muerte es parte de la vida.
Y la vida es una.
Irrumpe en un proto espacio donde luces y espirales cósmicas siquiera necesitan de la concepción del tiempo.
Y después, después de la aparición de la vida, hay vidas, seres que se las ven con esa energía y con batallas privadas a librar, entre causas y azares, amenazas y esperanzas; pero todos, todos aquellos a quienes escuchamos y a quienes leemos, de alguna manera, de mil maneras, nos dicen que esa vida, la de cada quien, nunca se agota en único sentido, pues cuando la vida nos habita, desbordamos.
Es entonces que hacemos, que hablamos, que pensamos, que amamos, que trabajamos, que creamos, que adoramos a dioses, que susurramos plegarias, que nos duele una mujer, que nos duele un hombre, que nos duele un niño, que nos desvela una idea, que nos desborda lo sublime de un acorde, la luz imposible de una pintura, la palabra precisa y certera del poeta; emociones que se despliegan por dentro y nos obligan a reconocernos como misteriosos origamis donde nos late la vida en cada pliegue.
En los infinitos pliegues de la historia, de la memoria, de la construcción de una identidad; en los ínfimos pliegues de nuestros sueños, en los gestos últimos y voluntariosos de un despertar, somos, transitándonos.
El misterio es por la vida. Por esa cifra que nos habita dispersa entre los pliegues.
Y el misterio es por el tránsito.
Y por todo aquello que va quedando, que nos va quedando por detrás, a veces sin saberlo, como si fuera una huella, como una marca más en el camino.
|
|