SOBRE LA ENFERMEDAD SAGRADA Hipócrates
Comentarios preliminares al texto
Para la medicina popular de la antigua Grecia el cuerpo es una Cosmogonía. Un cuerpo Cosmogónico. En él los dioses y los elementos se manifiestan, desparraman furias y glorias. El cuerpo da cuenta de una totalidad. En el cuerpo: el universo griego. En el presente texto se trata la Epilepsia hasta entonces considerada como una enfermedad sagrada. La posición de Hipócrates -y entiéndase bajo este nombre al grupo de médicos que con él trabajaba- postula que la epilepsia no es más sagrada que cualquier otra enfermedad. Lo antedicho produce nuestra sorpresa. Una sorpresa basada en rupturas posteriores culturales en las cuales toda enfermedad lejos de ser sagrada fue, en los albores del occidente judeo- cristiano, hija de lo demoníaco. Para los griegos lo sagrado era una entidad bastaste compleja.
Hasta donde sabemos, Hipócrates nació en el 460 a.C. en la Isla de Cos. Allí fundó una escuela médica bajo mismo nombre. La producción escrita que allí se gesta fue atribuida exclusivamente a Hipócrates pese a que el Corpus Hippocraticum atesora a más de un pensador.
La medicina hipocrática va por una revolución; busca el corte, regular lo cosmogónico, quitar la impronta divina. En este trabajo hay una fuerte reacción del corpus médico frente a los sacerdotes y a sus prácticas mágicas de curación aún en plena vigencia. En aquellas prácticas se amalgamaban las creencias, la religión y la naturaleza. La idea de curación se ligaba a dar sentido, una explicación universal de los hechos.
La búsqueda por independizar el pensamiento, hicieron de estos textos formar parte de los primeros tratados científicos y éticos.
Entre las teorías hipocráticas reconocemos que la naturaleza es una fuerza que todo lo abarca, a tal punto de condicionar lo individual. Por aquello, el médico debe conocer la naturaleza tanto como al individuo, pues sólo en armonía entre las partes la salud es posible.
V.G
1
Acerca de la enfermedad que llaman sagrada sucede lo siguiente. En nada me parece que sea algo más divino ni más sagrado que las otras, sino que tiene su naturaleza propia, como las demás enfermedades, y de ahí se origina. Pero su fundamento y causa natural lo consideraron los hombres como una cosa divina por su inexperiencia y su asombro, ya que en nada se asemeja a las demás. Pero si por su incapacidad de comprenderla le conservan ese carácter divino, por la banalidad del método de curación con el que la tratan vienen a negarlo. Porque la tratan por medio de purificaciones y conjuros.
Y si va a ser estimada sagrada por lo asombrosa, muchas serán las enfermedades sagradas por ese motivo, que yo indicaré otras que no resultan menos asombrosas ni monstruosas, a las que nadie considera sagradas. Por ejemplo las fiebres cotidianas, tercianas y cuartanas no me parecen ser menos sagradas ni provenir menos de una divinidad que esta enfermedad. Y a éstas no les tienen admiración. Y, por otro lado, veo a personas que enloquecen y deliran sin ningún motivo evidente y que realizan muchos actos sin sentido; y sé de muchos que sollozan y gritan en sueños, de otros que hasta se ahogan, y otros que se levantan deprisa y se escapan fuera de sus casas y desvarían hasta que despiertan, y que luego están sanos y cuerdos como antes, quedando pálidos y débiles, y eso no sólo una vez, sino muchas. Hay otros muchos casos y muy varios, que hablar de cada uno haría prolija la charla.
2
Me (1) parece que los primeros en sacralizar esta dolencia fueron gente como son ahora los magos, purificadores, charlatanes y embaucadores (2), que se dan aires de ser muy piadosos y de saber de más. Estos, en efecto, tomaron lo divino como abrigo y escudo de su incapacidad al no tener remedio de que servirse, y para que no quedara en evidencia que no sabían nada estimaron sagrada esta afección. Y añadieron explicaciones a su conveniencia, y asentaron el tratamiento curativo en el terreno seguro para ellos mismos, aduciendo purificaciones y conjuros, prescribiendo apartarse de los baños y de un buen número de comestibles que serían comida inconveniente para los enfermos. De entre los pescados de mar (prohibieron) el salmonete, la raya, el mújol y la anguila -éstos son, por lo visto, los más mortíferos (3); entre las carnes, las de cabra, ciervo, cerdo y la de perro -éstas son, pues, las carnes más alborotadoras del estómago-; de las aves, el gallo, la tórtola y la avutarda -que se considera que son durísimas-; entre las hortalizas la menta, el ajo y la cebolla -ya que lo ácido no es nada adecuado para un convaleciente-. En cuanto al vestido (prohibieron) llevarlo negro -porque lo negro alude a la muerte-; y (prescribieron) no yacer sobre pieles de cabra ni llevarlas; y no estar con un pie sobre el otro, ni mano sobre mano -ya que todo eso son actitudes prohibitivas (4) . Eso lo ordenan de cara a lo divino, como si tuvieran un saber superior, y formulando otros motivos, de modo que, si el enfermo llegara a curarse, de ellos sea la gloria y la destreza, y si, se muere, quedara a salvo su disculpa, conservando la excusa de que de nada son ellos responsables, sino sólo los dioses, ya que no les dieron ningún medicamento para comer o beber ni los trataron con baños de modo que pudieran ser culpables de algo.
Yo supongo que de los libios (5) que habitan en el interior de su país ninguno puede andar sano, si viven a base de pieles y carnes de cabra, porque lo que es allí no tienen ni manta ni vestido ni calzado que no sea de cabra. Pues no tienen más ganado que cabras.
Y si el comer y llevar eso produce y desarrolla la enfermedad, y el no comerlo la cura, tampoco entonces es la divinidad (6) la responsable, ni son de provecho las purificaciones, sino que lo que cura y lo que daña son los comestibles, y se esfuma el influjo de lo divino.
3
Así que, a mí al menos, me parece que quienes intentan por este procedimiento curar esas enfermedades no las consideran sagradas ni divinas. Pues, cuando por medio de tales ritos purificatorios y semejante tratamiento se obtiene un alejamiento del mal, ¿qué impide que, por otros artilugios semejantes a ésos, les sobrevenga y se atraiga sobre las gentes? De modo que ya no es culpable lo divino, sino algo humano. Porque quien es capaz de apartar tal dolencia actuando como purificador y como mago, ése también podrá atraerla con sus maquinaciones, y en este manejo se desvanece lo divino.
Con sus palabrerías y maquinaciones fingen saber algo superior y embaucan a la gente recomendándoles purificaciones y expiaciones, y el bulto de su charla es invocación de lo divino y lo demoníaco. Aunque a mí me parece que no construyen sus discursos en torno a la piedad, como creen ellos, sino, más bien, en torno a la impiedad y a la creencia de que no existen los dioses, y que su sentido de lo piadoso y lo divino es impío y blasfemo, como yo voy a demostrar.
4
Pues si pretenden tener conocimientos para hacer bajar la luna y ocultar el sol, y para producir la tormenta y la calma, lluvias y sequías, y dejar el mar insoportable y la tierra estéril, y toda una serie de trucos por el estilo, y aseguran que, bien sea por medio de ritos o por algún otro ingenio o práctica, es posible lograrlo, a mí me parece que los que se dedican a esto cometen impiedad y piensan que no existen los dioses ni tienen ningún poder, ni siquiera para impedirles nada de sus actos extremos, porque no tienen temor de los dioses. Ya que, si un hombre actuando como mago o por medio de sacrificios hiciera desaparecer la luna y ocultar el sol, y produjera tempestad y calma, yo ya no creería que ninguna de éstas era una cosa divina, sino humana, si es que el ámbito de lo divino estaba dominado y esclavizado al poder de un hombre.
Pero tal vez no sucede esto así, sino que hombres que carecen de un medio de vida se las ingenian y se inventan muchos y varios trucos en cualquier asunto, y en esta enfermedad achacándole la culpa a un dios en cada manifestación de la dolencia. Porque no inculpan a uno solo, sino a varios. Con que si uno imita a una cabra, o si ruge y si sufre convulsiones por el lado derecho, dicen que la responsable es la Madre de los Dioses. Si grita de modo más fuerte y más agudo, lo asimilan a un caballo y afirman que el responsable es Poseidón (7). Si se le escapa algún excremento, lo que sucede muchas veces a los que están dominados por la enfermedad, se le aplica el sobrenombre de la diosa Enodia (8); pero si es más repetido y menudo, como los pájaros, el de Apolo Nomio. Si echa espuma por la boca y da coces, Ares tiene la culpa. Los que tienen terrores nocturnos, espantos y delirios, y dan saltos de la cama y se escapan fuera de sus casas, dicen que sufren ataques de Hécate y asaltos de los héroes (9). Recurren a purificaciones y a conjuros, y realizan una acción muy impía y sacrílega según a mí me parece.
Porque purifican a los poseídos por la enfermedad con sangre y otras cosas semejantes, como si tuvieran alguna mancha de sangre, o fueran criminales, o hechizados por otros hombres, o hubieran cometido algún acto sacrílego. Y deberían hacer lo contrario con ellos, hacer sacrificios y rogativas y llevarlos a los templos para suplicar a los dioses.
Pero no hacen nada de eso ahora, sino que efectúan sus purificaciones y los residuos purificados unos los esconden bajo tierra, otros los echan al mar, y otros los llevan a los montes adonde nadie los toque ni los pise. Pero sería necesario llevarlos a los templos y ofrendarlos a la divinidad, si es que la divinidad es la responsable. No creo yo, sin embargo, que el cuerpo de un hombre sea mancillado por la divinidad; lo más sometido a la muerte, por lo más santo. Por el contrario, incluso si resulta manchado o dañado en algo, es la divinidad quien puede purificarlo o santificarlo, más que mancharlo con impurezas.(10)
Porque de los mayores y los más ímpios delitos es la divinidad lo que nos purifica, y santifica, y es nuestra protección (10 bis); y nosotros mismos fijamos límites claros a los santuarios y los terrenos consagrados a los dioses, para que nadie los transgreda si no va puro, y nosotros al entrar hacemos abluciones, no en la sospecha de que nos manchamos (al entrar), sino por si tenemos alguna impureza de antes, vernos purificados de ella. En fin esto es lo que opino acerca de lo que pasa con las purificaciones.
5
La enfermedad ésta en nada me parece que sea más divina que las demás, sino que tiene su naturaleza como las otras enfermedades, y de ahí se origina cada una. Y en cuanto a su fundamento y causa natural, resulta ella divina por lo mismo por lo que lo son todas las demás. Y es curable, no menos que otras, con tal que no esté ya fortalecida por su larga duración hasta el punto de ser más fuerte que los remedios que se le apliquen.
Tiene su origen, como sucede también en otras enfermedades, en la familia (11). Pues si de un flemático nace un flemático, y de un bilioso un bilioso, de un tísico un tísico, y de un esplénico un esplénico, ¿qué impide que cuando el padre o la madre tenían la enfermedad también la tenga alguno de los descendientes? Porque el semen proviene de todas las partes del cuerpo, sano de las sanas, y enfermizo de las enfermas. Y otro testimonio de que en nada es más sagrada que las restantes enfermedades es que ataca a los flemáticos por natural constitución, pero no se da en los biliosos (12). Ahora bien, si fuera más divina que las demás, sería preciso que la enfermedad ésta se presentara por igual en todos, y que no discriminará entre el tipo bilioso y el flemático.
6
Pero el caso es que la causa de esta dolencia está en el cerebro, lo mismo que la de las demás enfermedades de mayor gravedad. De qué manera y por qué motivo se origina lo expondré yo claramente.
El cerebro humano es doble, como también el de los otros animales. Una sutil membrana lo divide por la mitad. Por eso no siempre se siente dolor en la misma parte de la cabeza, sino a veces sólo a uno de los dos lados, y otras en toda.
Hacia él se dirigen venas de todo el cuerpo, muchas y finas, y dos gruesas, la una procedente del hígado, y la otra del bazo. La que procede del hígado se presenta de esta manera: una parte de la vena se dirige hacia abajo por el costado derecho bordeando el riñón y por la región lumbar hacia el interior del muslo, y llega hasta el pie, y es denominada vena cava. La otra sección se dirige hacia arriba a través del diafragma y el pulmón del costado derecho. Y se escinde a la altura del corazón y del brazo derecho. Y el conducto restante continúa hacia arriba a través de la clavícula por el lado derecho del cuello, junto a, la misma piel, de modo que llega a ser visible. Al llegar junto al oído se oculta y allí se escinde; y el conducto más grueso, más denso y más hueco concluye en el cerebro, mientras otro va al oído derecho, otro al ojo derecho y otro a la nariz. Eso, en lo que respecta a las venas que proceden del hígado. La vena que sale del bazo se extiende por el costado izquierdo, también hacia arriba y hacia abajo, como la del hígado, pero es más fina y más débil.
7
Por estas venas precisamente recogemos la mayor parte del aire, ya que ellas son los respiraderos de nuestro cuerpo, al atraer hacia ellas el aire exterior; y luego lo distribuyen por el resto del cuerpo a través de las venas menores, y lo refrescan y de nuevo lo expelen. Pues el aire introducido no puede detenerse sino que se mueve hacia arriba y hacia abajo. Pues si se detiene en algún punto y se queda retenido, aquella parte donde se detiene viene a quedar paralizada. La prueba es que cuando uno está echado o sentado y tienen oprimidas unas venas menores, de modo que el aire interno no puede circular por el conducto venoso, en seguida le viene un entumecimiento. Eso es lo que pasa con las venas (13).
8
Esta enfermedad se presenta en los flemáticos, y no en los biliosos. Comienza a producirse en el embrión aún en el útero materno. Porque también el cerebro, como las otras partes del cuerpo, se purifica y desarrolla antes de nacer. Si en esta purificación se limpia bien y mesuradamente, y fluye de él ni más ni menos de lo debido, el nacido tendrá una cabeza sanísima (14). Pero si fluye de más a partir de todo el cerebro y se crea una excesiva delicuescencia, tendrá al crecer una cabeza enfermiza y llena de ruido y no soportará ni el sol ni el frío. Y si se produce (el flujo) de un ojo solo o de un oído, o alguna vena queda contraída, resulta dañada esa parte, en la medida en que le afecte la fluidez.
Pero si no se produce la purificación, sino que (el flujo) se concentra. en el cerebro, entonces forzosamente (el niño) será flemático. Y a aquellos que de niños les salen úlceras en la cabeza, en los oídos y en la piel, y que les brotan abundante saliva y mocos, esos tienen un pasar muy saludable al avanzar su edad, pues de esa manera expulsan y eliminan la flema que hubiera debido ser purificada en el útero materno. Y los que se han purificado así no llegan a verse atacados por esta enfermedad en su gran mayoría. Pero aquellos niños que son puros, y en los que no se presentan ni heridas ni mucosidad ni abundancia de saliva, ni han experimentado purgación en el útero materno, éstos corren el peligro de ser dominados por esta enfermedad.
9
Si el flujo desciende hacia el corazón, sobrevienen palpitaciones y asma (15), y el pecho queda dañado, e incluso algunos se vuelven jorobados. Porque cuando la flema fría avanza hasta el pulmón y el corazón, la sangre se enfría. Las venas, al enfriarse violentamente, baten contra el pulmón y el corazón, y el corazón sufre palpitaciones, de modo que a causa de esta violencia se crea el asma y la sensación de ahogo. Porque no entra todo el aire que desea (el enfermo), hasta que el flujo queda dominado y, una vez caldeado, se pone a circular por las venas. A continuación cesan las palpitaciones y el asma. Cesan en la medida en que cesa el agobio. Si baja el flujo más abundante, más despacio; si es menor, más deprisa. Y si los flujos descendentes son frecuentes, tanto más frecuente resulta atacado el enfermo. Así que eso es lo que sufre cuando (el flujo) le llega al pulmón y al corazón; cuando le llega al vientre, le produce diarreas.
10
Si (la flema) se encuentra cerrados estos caminos, y el flujo va en descenso por las venas que antes dije, (el afectado) se queda sin voz y se ahoga; y le sale espuma por la boca, le rechinan los dientes, agita espasmódicamente los brazos, sus ojos se extravían y pierde la razón, y a algunos se les escapan los excrementos. Estas manifestaciones se dan unas veces en la parte izquierda; otras en la derecha, otras, en fin, en ambas. Cómo padece cada uno de estos síntomas, yo voy a explicarlo.
Se queda sin voz cuando de repente la flema, al penetrar en las venas, le cierra el paso al aire y no le permite el paso hacia el cerebro ni hacia las venas cavas ni hacia los intestinos, sino que impide la respiración. Pues cuando el hombre toma por la boca y las narices el aire (al respirar), éste va primero al cerebro y luego en su mayor parte hacia el vientre, y una parte va al pulmón, y otra a las venas. A partir de aquí se dispersa hacia los demás miembros por las venas. Y toda la porción que llega al vientre, ésa refresca el vientre, y no sirve para nada más. Y lo mismo la que va al pulmón. Pero el aire que penetra en las venas se distribuye por las cavidades [y el cerebro], y de este modo procura el entendimiento y el movimiento a los miembros, de manera que, cuando las venas quedan obturadas por la flema y no pueden recibir el aire, dejan al individuo sin voz y sin razonamiento.
Los brazos quedan inertes y se agitan convulsivamente al estar detenida la sangre y no estar en circulación, como acostumbraba. Y los ojos le dan vueltas, al obturarse las venas menores y tener pulsaciones. Por la boca se derrama una espuma que sale de los pulmones; ya que, al no llegar a ellos el aire, espumean y bullen como a punto de morir. Y el excremento cae hacia abajo por la violencia del ahogo. Se produce el ahogo al oprimirse el hígado y la parte superior del vientre contra el diafragma y al hallarse interceptada la entrada del estómago (16). Y presionan cuando el aire no entra en el cuerpo como tenía por costumbre. El enfermo da patadas cuando el aire se encuentra encerrado en estos miembros y no es capaz de salir hacia afuera a causa de la flema. Precipitándose a través de la sangre hacia arriba y abajo produce convulsiones y dolores, y por eso el individuo cocea.
Sufre todo eso cuando la flema fría afluye a la sangre, que está cálida. Pues enfría y detiene la sangre. Si el flujo es mucho y denso, al punto provoca la muerte, pues somete con su frío a la sangre y la congela. Pero si es menor, la domina por unos instantes impidiendo la respiración, pero luego cuando en breve plazo se dispersa por las venas y se mezcla con la sangre que es abundante y cálida, si queda así dominado, las venas vuelven a recibir el aire y recobran el entendimiento (los pacientes).
11
De los niños pequeños que son atacados por esta enfermedad, la mayoría muere, si el flujo se les presenta copioso y al soplar el viento de¡ Sur. Pues sus venas menores, que son finas, no pueden acoger la flema, por su espesor y abundancia, sino que la sangre se les enfría y se congela, y de ese modo se mueren. Si es poco y hace su curso descendente no por ambas venas, sino por una u otra de éstas, sobreviven, pero quedan marcados. Pues se les queda distorsionada la boca, o el ojo, o la mano, o el cuello, según por donde la vena menor al llenarse de flema sea dominada y oprimida. Por tanto, a causa de esa vena menor, necesariamente esa parte del cuerpo, la dañada, es más débil y más deficiente. Pero a la larga y con el tiempo resulta beneficioso, en conjunto. Porque ya no es propenso a los ataques una vez que está señalado por este motivo: a causa de esa opresión las demás venas están dañadas y se van comprimiendo en cierta proporción, de modo que reciben el aire, pero la corriente de flema ya no puede circular por ellas. Con que es natural que esos miembros sean más débiles, estando dañadas las venas. Aquellos que sufren el flujo con viento norte y en pequeña proporción y por el lado derecho sobreviven sin quedar marcados. Pero hay riesgo de que (la enfermedad) crezca y se desarrolle con ellos, de no ser tratados con los remedios oportunos. Con que esto es lo que sucede con los niños, o algo muy próximo a esto.
12
A los mayores (la enfermedad) no los mata, al atacarlos, ni tampoco los deforma. Ya que sus venas son anchas y están llenas de sangre cálida, por lo que no puede imponerse la flema ni enfriar la sangre tanto como para congelarla, sino que resulta vencida y se mezcla con la sangre pronto. Y de este modo las venas reciben el aire, y el entendimiento se mantiene, y los síntomas antedichos se presentan menos a causa del vigor (del individuo).
Pero cuando la dolencia ésta ataca a los más ancianos, los mata o los deja parapléjicos, por este motivo: porque las venas las tienen vacías y su sangre es escasa, ligera y acuosa. Así que si el flujo desciende en abundancia y, en invierno, los mata. Porque impide la respiración y congela la sangre, si es que el flujo desciende por ambos lados. Y si viene por uno solo, lo deja parapléjico. Ya que la sangre no puede imponerse a la flema, al ser (la sangre) ligera, fría y escasa, sino que resulta vencida y se congela, de forma que aquellas partes por donde la sangre quedó alterada quedan impedidas.
13
El flujo desciende más por la derecha que por la izquierda, porque por allí las venas son más capaces y más numerosas que en el costado izquierdo. El flujo desciende y se licua sobre todo en los niños, cuando se les ha calentado la cabeza, sea por efecto del sol o de un fuego, y de repente se les hiela el cerebro, ya que entonces se separa la flema. Se derrite a causa del calentamiento. y la dilatación del cerebro; y se segrega a causa del enfriamiento y la contracción, y así comienza a fluir hacia abajo.
En unos casos esa es la causa, en otros resulta cuando de pronto, tras vientos del Norte, irrumpe el viento del Sur, y el cambio afloja y relaja el cerebro contraído y enfermizo, hasta el punto de que la flema rebosa, y de ese modo se produce el flujo.
Se derrama el flujo también a causa de un terror oscuro o si uno se asusta ante el grito de otro, o si en medio del llanto no es capaz de recobrar pronto el aliento, cosas que les ocurren a menudo a los niños. Si ocurre cualquiera de estas cosas, en seguida el cuerpo es presa de escalofríos, y (el paciente), quedándose sin voz, no recobra la respiración, sino que su respirar se detiene, y el cerebro se contrae, y la sangre queda detenida, y así se segrega y se desliza hacia abajo el flujo de flema. En los niños éstas son las causas del ataque de la enfermedad en su comienzo.
Para los ancianos el mayor enemigo es el invierno. Pues cuando al lado de un gran fuego se les ha recalentado la cabeza y el cerebro, y luego se encuentra con el frío y se queda helado, o bien llega desde el frío a un cálido interior y junto a una abundante fogata, sufre la misma experiencia y le sobreviene el ataque de acuerdo con lo antes dicho. Incluso en primavera hay un gran riesgo de padecer eso mismo, si la cabeza se recalienta al sol. En el verano muchísimo menos, ya que no hay esos cambios súbitos.
Cuando uno ya pasa de los veinte años, ya no le ataca esta enfermedad, a no ser que le sea congénita desde niño; sino que se presenta en muy pocos casos o en ninguno. Porque entonces las venas están llenas de sangre abundante, y el cerebro está compacto y firme, de modo que no sale ningún flujo hacia las venas. Y en caso de que afluya, no domina a la sangre, que es abundante y cálida.
14
Pero a aquel que desde niño ha crecido y se ha desarrollado con la enfermedad, se le hace costumbre el sufrirla durante los cambios de los vientos, y le sobrevienen ataques en la mayoría de éstos, y sobre todo cuando sopla el viento del Sur. Y le es difícil librarse. Pues su cerebro está más húmedo de lo natural, y rebosa por efecto de la flema al punto de que resultan más frecuentes los flujos, y la flema ya no puede separarse ni el cerebro recobrar su sequedad, sino que está empapado y permanece húmedo.
Se puede conocer esto muy precisamente en algunos animales atacados por la enfermedad y muy en concreto en las cabras. Pues ellas son afectadas muy a menudo. Si le abres a una la cabeza, encontrarás que su cerebro está húmedo y rebosante de líquido hidrópico y maloliente, y en eso reconocerás de modo claro que no es la divinidad la que infecta el cuerpo, sino la enfermedad (17).
De ese modo le ocurre también al ser humano. Pues cuando la enfermedad se ha prolongado en el tiempo, ya no resulta curable. Pues el cerebro es corroído por la enfermedad y se licua, y la parte derretida se vuelve acuosa, y envuelve el cerebro por fuera y lo sumerge. Y por este motivo se vuelven más propensos a ataques frecuentes y más fáciles. Por eso, además, la enfermedad deviene muy duradera, ya que el líquido que baña y circunda el cerebro es ligero en su abundancia, y pronto es dominado por la sangre y se calienta en contacto con ella.
15
Los que ya están habituados a la enfermedad, presienten de antemano cuándo van a sufrir un ataque, y se apartan de la gente, a su casa, si tienen su vivienda cerca, y si no, a un lugar solitario, donde sean muy pocos los que los vean caer, y al punto se esconden (bajo su manto). Y eso lo hacen por vergüenza de su enfermedad y no por terror, como muchos piensan, de lo divino. Los niños pequeños al principio caen donde sea a causa de su inexperiencia. Pero cuando ya han sido atacados varias veces, una vez que lo presienten, se refugian junto a su madre o junto a algún otro al que conozcan muy bien, por temor y miedo a su dolencia. Pues todavía desconocen el sentimiento de la vergüenza.
16
En los cambios de los vientos sobrevienen los ataques por lo que voy a decir, y especialmente al soplar los del Sur, y luego en los soplos del Norte, y después con los demás vientos. Porque esos dos son mucho más fuertes que los otros vientos y de lo más opuesto uno a otro por su constitución y su actividad (18).
El viento del Norte condensa el aire y aparta lo neblinoso y húmedo y deja la atmósfera límpida y diáfana. Del mismo modo actúa sobre los demás factores que se originan del mar y de las otras aguas. Pues de todo despeja lo húmedo y turbio, incluso de los mismos seres humanos, y por ello es el más saludable de los vientos.
El viento del Sur hace todo lo contrario. En primer lugar, comienza por humedecer y dispersar el aire condensado, de modo que no sopla fuerte al pronto, sino que en un comienzo provoca la calma, porque no puede imponerse de repente sobre el aire, que antes estaba compacto y condensado, pero con el tiempo lo disuelve. De igual modo actúa sobre la tierra, y sobre el mar, los ríos, fuentes, pozos, y sobre las plantas y en aquello en lo que hay algo húmedo. Y lo hay en cualquier ser, en uno más, y en otro menos. Todas estas cosas perciben la presencia de este
viento, y se vuelven turbias en vez de claras, y de frías se hacen cálidas, y de secas se tornan húmedas. Las vasijas de barro que hay en las casas o que están enterradas, llenas de vino o de algún otro líquido, todas ellas perciben la presencia de este viento y alteran su aspecto en otra forma. Y presenta al sol, a la luna, y a los demás astros mucho más borrosos de lo que son naturalmente.
Puesto que incluso de tal manera domina a cosas que son tan grandes y fuertes, es natural que domine en gran modo a la naturaleza humana y que el cuerpo lo perciba y que cambie. Por eso, con las alteraciones de estos vientos, forzoso es que bajo los soplos del Sur se relaje y humedezca el cerebro, y las venas se harán más flojas; mientras que bajo los soplos del viento norte se condensa lo más sano del cerebro, y se segrega lo más enfermizo y más húmedo, y lo baña por fuera; y de tal modo sobrevienen los flujos en estas mutaciones de los vientos. Así se origina la enferTnedad, y se desarrolla a partir de lo que se agrega y se desagrega, y en nada es más imposible de curar ni de conocer que las demás, ni es más divina que las otras.
17
Conviene que la gente sepa que nuestros placeres, gozos, risas y juegos no proceden de otro lugar sino de ahí (del cerebro), y lo mismo las penas y amarguras, sinsabores y llantos. Y por él precisamente, razonamnos e intuimos, y vemos y oímos y distinguimos lo feo, lo bello, lo bueno, lo malo, lo agradable y lo desagradable, distinguiendo unas cosas de acuerdo con la norma acostumbrada, y percibiendo otras cosas de acuerdo con la conveniencia; y por eso al distinguir los placeres y los desagrados según los momentos oportunos no nos gustan (siempre) las mismas cosas.
También por su causa enloquecemos y deliramos, y se nos presentan espantos y terrores, unos de noche y otros por el día, e insomnios e inoportunos desvaríos, preocupaciones inmotivadas y estados de ignorancia de las circunstancias reales y extrañezas (19). Y todas estas cosas las padecemos a partir del cerebro, cuando éste no está sano, sino que se pone más caliente de lo natural o bien más frío, más húmedo, o más seco, o sufre alguna otra afección contraria a su naturaleza a la que no estaba acostumbrado.
Así, por ejemplo, enloquecemos a causa de su humedad. Pues cuando está más húmedo de lo natural, forzosamente se mueve, y al moverse, no permanecen estables ni la visión ni el oído, sino que unas veces vemos y oímos unas cosas, y otras veces otras, y la lengua expresa las cosas como las ve y oye en cada ocasión. Pero durante todo el tiempo en que el cerebro está firme, todo ese tiempo razona el individuo.
18
La corrupción del cerebro se produce a causa de la flema y de la bilis. Reconocerás una y otra causa por los siguientes rasgos: los que enloquecen a causa de la [flema] están tranquilos, y no son gritones ni alborotadores, los (que desvarían) a causa de la bilis van gritando y son peligrosos e inquietos, y siempre están haciendo algo absurdo. Si enloquecen de modo continuo, ésos son los motivos.
Pero si se presentan espantos y temores (eso sucede) a causa de una alteración del cerebro. Se altera al calentarse. Y se calienta a causa de la bilis, cuando se precipita hacia el cerebro a través de las venas sanguíneas, procedente del cuerpo. Y el temor se mantiene hasta que de nuevo se retira hacia las venas y el cuerpo. Entonces cesa.
El paciente se angustia y se deprime sin motivo al enfriársele el cerebro y condensársele más de lo habitual. Eso lo sufre a causa de la flema. A causa de esta afección sufre también olvidos. Por la noche grita y chilla, cuando de repente se le recalienta el cerebro. Esto lo padecen los biliosos, los flemáticos no. Se recalienta precisamente cuando la sangre llega al cerebro en cantidad y allí echa a hervir. Llega en abundancia por las venas antes dichas cuando el hombre ve en sueños una imagen aterradora y está dominado por el terror. En efecto, del mismo modo que a un hombre que está despierto se le enciende el rostro y se le enrojecen los ojos, cuando se aterroriza y su mente concibe realizar alguna mala acción, así también le sucede durante el sueño. Pero en cuanto se despierta y vuelve en sí y la sangre de nuevo se reparte por las venas, cesa.
19
De acuerdo con esto considero que el cerebro tiene el mayor poder en el hombre. Pues es nuestro intérprete, cuando está sano, de los estímulos que provienen del aire. El aire le proporciona el entendimiento. Los ojos, los oídos, la lengua, las manos y los pies ejecutan aquello que el cerebro apercibe. Pues en todo el cuerpo hay entendimiento, en tanto que hay participación del aire, pero el cerebro es el transmisor de la conciencia.
Pues cuando el hombre recoge en su interior el aire que respira, éste llega en primer lugar al cerebro, y luego se reparte el aire en el resto del cuerpo, habiéndole dejado en el cerebro lo mejor de sí, y lo que le hace ser sensato y tener inteligencia. Pues si llegara primero al cuerpo y en segundo lugar al cerebro, después de haber dejado en las carnes y en las venas su poder de discernimiento, iría al cerebro estando caliente y ya impuro, estando mezclado con el humor de las carnes y de la sangre de modo que no sería ya límpido. Por eso afirmo que el cerebro es el intérprete de la comprensión (20).
20
El diafragma, singularmente, tiene un nombre adquirido por el Azar y la costumbre, pero que no está de acuerdo con su naturaleza (21). No sé yo qué capacidad posee el diafragma en relación con el pensar y reflexionar; a no ser que, si una persona se alegra en exceso o se angustia inesperadamente, (el diafragma) se estremece y da saltos a causa de su finura, precisamente por estar tensado al máximo dentro del cuerpo, y porque no tiene ninguna cavidad en la que haya de acoger un bien o un mal que le caen encima, sino que por uno y otro se queda perturbado por la debilidad de su complexión natural. Puesto que no percibe nada antes que los demás órganos del cuerpo. En fin que tiene ese nombre y su referencia sin motivo, al igual que las llamadas «orejas » (22) del corazón, que en nada contribuyen a la audición.
Dicen algunos que pensamos con el corazón y que éste es el (órgano) que se aflige y se preocupa (23). Pero no es así; lo que pasa es que tiene convulsiones, como el diafragma y, más bien, por las mismas razones. Pues de todo el cuerpo tienden hacia él venas y está congregándolas de modo que puede sentir si se produce algún esfuerzo penoso o alguna tensión en el individuo. Forzosamente el cuerpo se estremece y se pone tenso al sentir una pena, y experimenta lo mismo en una gran alegría, cosa que el corazón y el diafragma perciben con especial sensibilidad. No obstante, de la capacidad de comprensión no participan ni uno ni otro, sino que el responsable de todo eso es el cerebro (24).
Con que, así como percibe el primero entre los órganos del cuerpo la inteligencia (procedente) del aire, así también, si se produce algún fuerte cambio en el aire debido a las estaciones, y el aire mismo se altera, el cerebro es el primer órgano que lo percibe. Por eso, justamente afirmo que las dolencias que atacan a éste son las más agudas, las más graves, las más mortales y las más difíciles de juzgar por los inexpertos.
21
Esa enfermedad que llaman «la enfermedad sagrada» se origina a partir de las mismas causas que las demás, de cosas que se acercan y se alejan, es decir, del frío, del sol, y de los vientos que cambian y que nunca son estables. P-sas son cosas divinas, de modo que en nada hay que distinguir a esta dolencia y considerar que es más divina que las restantes, sino que todas ellas son divinas y humanas. Cada una tiene su naturaleza y su poder en sí misma, y ninguna es desesperada ni intratable.
La mayoría pueden remediarse mediante esas mismas cosas en las que tienen su origen. Porque una cosa le es alimento a otra, pero en otras ocasiones es su destrucción. Eso, desde luego, debe saberlo el médico, de modo que, distinguiendo el momento oportuno (25) de cada cosa, dé y aumente el alimento en un caso, y se lo disminuya y niegue en otro. Es preciso, pues, tanto en ésta como en las otras enfermedades, no aumentar las dolencias, sino eliminarlas, administrando lo más contrario a la enfermedad en cada caso, y no lo más afín. Pues con lo afín se desarrolla y aumenta, y por efecto de lo contrario se consume y extingue (26).
Aquel que sabe producir lo seco y lo húmedo, lo frío y lo caliente entre los hombres, mediante la dieta, ése puede curar también esta enfermedad (27) si reconoce los tiempos oportunos para los tratamientos adecuados, sin purificaciones ni magia, ni toda la charlatanería de ese estilo (28).
Notas:
(1) He preferido adoptar la numeración en capítulos de Jones, que se diferencia de la de Littré (seguido este autor también por Wilamowitz, y Grensemann) por subdividir en cuatro el primer capítulo de éste. En la numeración de Littré este primer parágrafo, muy amplio, encierra el ataque del autor contra los magos y purificadores, como un prólogo de polémica general, con una clara unidad de composición, subrayada por la frase que clausura el período final. Pero ese capítulo tan extenso resulta demasiado largo en comparación con los demás; la división de Jones es, en este aspecto, más regular y permite una precisión mayor en las citas. (Conviene que el lector recuerde esta doble numeración de los capítulos, ya que es frecuente que las referencias se hagan en una o en otra.)
(2) Sobre los mágoi, kathartaí, agýrtai y alázones, pueden leerse las págs. 40 y sigs. de G. LANATA, Medicina magica e religione popolare in Grecia fino all etá d'Ippocrate, Roma, 1967. Los kathartai trataban de eliminar o purificar la enfermedad, considerada como una «mancha», míasma, mediante sus ritos y conjuros. De algún modo estaban más especializados que los demás «curanderos» mencionados, que tienen en común su condición vagabunda y su ambigua reputación. Falta en esta lista un nombre griego, el del taumaturgo o hechicero: góés.
(3) Doy un sentido fuerte al adjetivo epikerótatoi, para que resalte la ironía del autor, al hacer estos comentarios marginales.
(4) En todos estos tabúes hay, como se ve, una amalgama de creencias supersticiosas, mezcladas ocasionalmente con algún consejo dietético. L. GIL, Therapeia. La medicina popular en el mundo clásico, Madrid, 1969, págs. 340-48, recuerda algunos otros «remedios de la epilepsia» en la medicina popular antigua.
(5) Por «libios» se entienden los habitantes de los desiertos del N. de África; no se trata de aludir a un pueblo en concreto.
(6) Al emplear los términos de theós o tó theîon el escritor se refiere a lo divino en conjunto, sin individualizarlo en un dios.
(7) Las manifestaciones de los ataques sugieren, según los curanderos, qué dios es el responsable: la Madre de los Dioses, señora de bestias selváticas, como las cabras y los leones (recuérdese su representación sobre un carro tirado por éstos, como el de Cíbele), o Poseidón, señor del caballo, o Apolo, especialmente vinculado a los pájaros, o el furioso Ares que infunde la rabia y la ferocidad en el combate, tienen, sí, su parcela de influencia definida por los variados síntomas en que se manifiesta la epilepsia.
(8) Enodia, «la de los caminos», es calificativo de Hécate, diosa noctívaga y terrorífica, y de la agreste Artemis, o de Perséfone, la diosa infernal. (En EUR., Ión 1049, la invoca el coro para que patrocine un envenenamiento: «Enodia, hija de Deméter, tú que dominas los asaltos nocturnos, y también los diurnos ... »)
(9) Hécate era la diosa de los fantasmas y terrores nocturnos, asociada a prácticas mágicas y hechizos (cf. EUR., Med. 396, etc.). Los héroes eran, en la creencia popular, figuras de los muertos que podían reaparecer, malignos y peligrosos, en momentos especiales, para “atacar” con espanto y vehemencia, a los vivos. Para este aspecto de los «héroes», como espíritus de los difuntos, cf. E. ROHME, Psique, I, trad. esp., Barcelona, 1973, págs. 161 y sigs., y A. BRELICH, Gil eroi greci, Roma, 1958, págs. 226 y sigs.
(10) Sobre la mentalidad popular y las nociones tradicionales de «mancha» o «mancilla» y purificación, y sus relaciones con lo divino, puede verse el excelente libro, de 195 1, de E. R. D0DDS, Los griegos y lo irracional, trad. esp., Madrid, 1960 (reimp. 1980), y los ya citados de G. LANATA, Medicina magíca e religione.... y L. GIL, Therapeia espec. págs. 137 y sigs.
(10 bis) Prefiero la lección éryma del MS. M. Con la lección rhýmma adoptada por Jones y Grensemann, el sentido sería: «lo que nos limpia».
(11) Katá génos, «en la familia», es decir, «por herencia». Sobre las creencias griegas en torno a la herencia, véase el estudio de E. LESKY, Die Zeugungs- und Vererbungslehren der Antike, Wiesbaden, 1951.
(12) La distinción entre el individuo «flemático» (phlegmatódés) y el <(cholodes), según que predomine uno u otro humor, i. e., phlégma o chólos, en su organismo, pertenece al primer hipocratismo. En cuanto a la noción de que «el semen (gónos) procede de todo el cuerpo», encontramos un claro paralelo en Sobre los aires, aguas y lugares 14. (Cf. otros pasajes del CH discutidos en el estudio recién citado de E. LESKY, págs. 76 y sigs.)
(13) Las ideas griegas sobre la circulación de la sangre están bien estudiadas en su desarrollo histórico en el libro de C. R. S. Harris, The Heart and the Vascular System in Ancient Greek Medicine. From Alcmaeon lo Galen, Oxford, 1973, que dedica varias páginas a nuestro tratado. Como se ve, el esquema que presenta es muy simple. No distingue entre venas y arterias (que tampoco distingue Aristóteles, aunque parece que la distinción la descubrió el médico Praxágoras de Cos), sino sólo entre las venas mayores y las menores (phlébes y phlébia, respectivamente). El aire respirado es el pneúma, frente al aér, que designa al aire sin más. La denominación de «vena cava» es la traducción latina de la koíle phlébs. También resulta evidente que la noción de la respiración que tiene nuestro autor no concede a los pulmones ningún papel, como tampoco se lo concede al corazón en la circulación de la sangre.
(14) Esta idea de una purificación (kátharsis) del cerebro se encuentra también en Sobre los aires, aguas, lugares 9. Como indica GRENSEMANN, Die hippokratische Schrift... pág. 94, parece que el médico Abas habla edificado toda su teoría de las enfermedades sobre este punto: una purgación excesiva producía el mal, una mesurada mantenía la salud.
(15) El flujo descendente (katárroos) produce «pálpitos» (palmós, término que servirá para indicar el «pulso», en médicos posteriores) y ásthma («asma, dificultades respiratorias»). -Desde aquí hasta el final del § 12 se exponen los efectos del flujo interno y descendente de la flema (katárroos toú phlégmatos), enfrentado a la acción del aire y de la sangre.- El médico hipocrático ignora el sistema nervioso y su función.
(16) Aparece aquí, por vez primera en ese sentido, el término stómachos, designando el orificio de entrada o el conducto superior del estómago (tés gastrós). En el CH no hay un término propio para el estómago, para el que se usan los de gaster y koilíe, que aluden al «vientre» en general. Sólo más tarde stómachos (derivado de Stóma, «boca») se usará para el estómago propio (ejs. en Plutarco y en Galeno).
(17) Abrirle el cráneo a una cabra es lo que hizo Anaxágoras para confundir al adivino Lampón (según la anécdota que cuenta Plutarco en Vida de Pericles 6) y mostrar que la deformación del mismo no era motivo de presagio, sino efecto de una malformación interna. Aquí se propone un experimento semejante, como muestra de la teoría; pero no se le ocurre al autor sugerir que se contraste el cerebro de una cabra loca con el de una normal (como observa R. JOLY, Le niveau de la science hippocratique, París, 1966, pág. 214) para confirmar su tesis.
(18) Es interesante constatar los paralelos entre lo que se dice de las influencias de los vientos, y el calor y la humedad, con lo que se advierte en Sobre los aires, aguas y lugares.
(19)- En lugar de aethíai, lectura del MS. e, aceptada por Littré y Jones, Grensemann prefiere la variante léthe, se trataría entonces no de «actos extraños», «inhabituales», sino de «olvido».
(20) Aunque la capacidad de sentir (tó aisthánesthai) y aun de cierto entendimiento (phrónésis) se encuentra repartida por el cuerpo, gracias al aire, es el cerebro el receptor primero, el intérprete único y el difusor de ese entendimiento. Tiene como funciones propias no sólo el discriminar los estímulos procedentes del exterior y el pensar, sino también el ser la sede de todas las emociones, y el órgano de la intelección, mediante el que tenemos comprensión (synesis) y conciencia, y también juicio racional (diagnósis). Hay en este capítulo una notable riqueza de términos intelectuales. Por otro lado, en el papel que tiene en los procesos mentales el aire, parece reflejarse la influencia de las tesis de Diógenes de Apolonia.
(21) El nombre del diafragma, ha¡ plirénes (aunque se utiliza también el singular phren), está en elación etimológica con el verbo phronéó, «pensar, meditar». En un principio, en Homero, p. ej., las phrénes han estado vagamente localizadas en el pecho, y eran consideradas como la sede de las emociones y del pensamiento, el lugar del thymós o ánimo; posteriormente se localizaron más precisamente en el diafragma. (Para la concepción primitiva, véase R. B. ONIANs, The origins of indoeuropean thought, Cambridge, 195 1, págs. 23 y sigs.). - La discusión sobre si los nombres se impusieron «por naturaleza» (phýsei) o «por convención» (nómói) es uno de los temas destacados en la reflexión de los sofistas sobre el lenguaje (recuérdese, p. ej., el Crátilo de Platón).,
(22) Tanto el término «aurículas» como la forma corriente «orejas» proceden del diminutivo del nombre que en latín designa la oreja: auris. Se trata, pues, de una metáfora ya fosilizada en la actual denominación.
(23) La tesis de que el corazón es el órgano del pensamiento parece haber sido defendida por EMPÉDOCLES DE AGRIGENTO. Afirmaba que en él reside el pensamiento (nóéma), alimentado por la sangre. «La sangre que rodea el corazón es para los hombres el pensamiento», dice un famoso verso del filósofo (fr. B 105, DK: haîma gàr anthrópois perikárdión esti nóéma). El pitagórico FILOLAO afirmaba que «la cabeza es (el principio o el órgano) del pensamiento; el corazón, de la vida y la sensación» (fr. B 13, DK). (Cf, las notas y trad. de C. EGGERS LAN, en Los filósofos presocráticos, III, Madrid, 1980, págs. 125-28). Hay notables puntos de contacto entre algunas ideas de Filolao sobre la sangre cálida y la flema y nuestro texto. También él afirma que la flema es fría, en contra de la etimología del término, que ya observa el autor del Anónimo Londinense: phlégma proviene de la misma raíz del verbo phlégó, «inflamar, encender».
(24) Alcmeón de Crotona había señalado que «sentir» (aisthánesthai) y «entender» (xyniénai) son actividades diferentes; la primera es común a todos los animales, la segunda es específica del ser humano y radica en el cerebro. Nuestro autor insiste en esa misma tesis de que aísthesis y phrónesis son distintas y que esta última es función del cerebro. La tesis de que sensación y pensamiento están unidos la defendió Empédocles (según testimonia ARISTóTELEs en Met. IV 5, 100% = fr. 31 B 106, DK), contra quien parece dirigida la polémica aquí.
(25) El consejo de «conocer el momento oportuno» para intervenir es tema recurrente en. el CH(cf. P. LAIN ENTRALGO, La medicina hipocrática, Madrid, 1970, pág. 317 con nota). El kairos es importante para el éxito en cualquier empresa humana, como destaca el pensamiento griego tradicional y también algún sofista, como el retórico Gorgias, pero es especialmente recomendable conocerlo (diagignoskein tón kairón) en el tratamiento médico, donde el tiempo es un factor vital. En la referencia a los cambios de ambiente, confróntese el cap. 2 de Sobre los aires, aguas y lugares.
(26) El método alopático es típico de la medicina hipocrática en general. También subyace aquí la idea alcmeónica de que la enfermedad está producida por un exceso o preponderancia de cierto elemento y de que la salud puede restaurarse mediante la vuelta a la isonomía, ayudando a los elementos deficientes en el conflicto.
(27) La dietética es el recurso más seguro para el médico antiguo. La importancia de la misma está bien expuesta en la teoría de Sobre la medicina antigua.
(28) Todo este capítulo final tiene un claro tono de colofón que repite y resume las tesis básicas del texto, a costa de reiterar los consejos fundamentales, incluso dentro del mismo capítulo.
Del Libro:
Hipócrates. Tratados Médicos. Sobre la Enfermedad Sagrada
Editorial Gredos, 1990
Traducción y notas: Carlos García Gual
Selección y comentario preliminar: Vanesa Guerra
Relacionar con: La epilepsia- Luis Gil
Los textos hipocráticos- Sergio Rocchietti
La especulación presocrática 1 - George S. Brett
La especulación presocrática 2 - George S. Brett
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