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LACAN Y LAS MINORIAS SEXUALES

Jean Allouch

 

Si el anacronismo fuera un pecado (de lo cual, muy oportunamente, ahora se duda), este título lo sería. En vida de Lacan, el comunitarismo norteamericano no había tenido en Francia la penetración que hoy empieza a conocerse. Tampoco habrá sabido de la más mínima "minoría sexual" (excepto una restricción, que será convocada) ni habrá estado al tanto de las cuestiones que en consecuencia iban a plantearse, especialmente para el psicoanálisis. Ellas conciernen a su práctica, su clínica, su doctrina, su lugar en lo social, otros tantos puntos que Lacan, ciertamente, y de manera por otra parte variable, trató con amplitud. No está establecido, y además sería poco verosímil, excepto una intempestiva metamorfosis de Jacques-Marie Lacan en profeta, que haya afinado todos los instrumentos con los cuales hoy es posible abordar los problemas inéditos planteados por las "minorías sexuales". En cambio, no está excluido que con su "No hay relación sexual" haya alcanzado, en la erótica, un punto (todavía vastamente inadvertido por los psicoanalistas) que pondría de manifiesto, aprés coup, algunas de las avanzadas "minoritarias" planteadas en otros lugares, no por el lado de Freud (a veces con él, a veces contra él), y que se mantendrían como al margen de lo que él habría declinado.

DE UNA SINGULAR MINORíA SEXUAL

Ya se sabe: el rasgo más trivial, más al alcance de la mano, susceptible de caracterizar y delimitar una minoría sexual, no es otra cosa que una práctica erótica específica.
Se considera, por ejemplo, que la sodomía constituye al homosexual, pero también a su comunidad, cuando no a su especie. Para apreciar exactamente la violencia inherente a esta forma de clasificación (que fue violenta históricamente y sigue siéndolo en Francia mucho más de lo que se imagina), no hay más que desplazar la mirada hacia el tratamiento social dado hoy a la pedofilia.
Pero desplacémosla hacia una categoría de seres que, según el criterio mencionado, constituyen también ellos una minoría sexual. Nombrados están: los psicoanalistas. ¿Sorprenderá verlos clasificados así? Si la perspectiva lacaniana (y freudiana, pero la cosa es formulada de manera explícita por un Lacan cercano a Georges Bataille) consiste en la preocupación por considerar la erótica analítica como una erotología (1) (un reto, sin duda una locura, pues ¿quién ignora que las intervenciones del pequeño dios Eros no tienen casi razones ni sentidos?), entonces sí, los que han tomado ese camino pueden ser considerados legítimamente como integrantes, de hecho, de una minoría sexual. Más aún cuando, "menores" lo son también por su condición de niños, ellos lo dicen, lo reconocen a veces. Cuentan que, en oportunidad de una cena en Japón, una señora, tal vez impresionada por el personaje "Lacan" al que ese día se homenajeaba, le preguntó: "¿Cuál es su secreto?". Respuesta, que imaginamos susurrada: "Yo tengo cinco años". La minoría sexual psicoanalítica tiene la particularidad de carecer, al menos en el mejor caso, de mayoría. Lacan no habrá conocido, pues, otra. ¿Cómo habrá hecho con ella? ¿Cómo habrá problematizado su estatuto, su función? Primer elemento de respuesta: no considerándola, por cierto, de manera aislada. Para indicar aquí un hilo de lectura de resorte distinto del histórico (cuyos estragos histerizantes, cuando se aplica al psicoanálisis, están ahora probados), valgámonos de un efecto de zoom. Tres registros escalonados se dejan distinguir, del más amplio al más singular.
En el más amplio, está lo social:

"De lo que ustedes dependen más fundamentalmente -porque, en fin, la Universidad no nació ayer -es sin embargo del discurso del amo, que fue el primero en surgir. Y además, es el que dura y el que tiene pocas posibilidades de quebrarse" (seminario de Lacan del 21 de junio de 1972).

Lacan llamaba también a este discurso, metafóricamente: "el pensamiento del mango". Por la marcha que el poder de Estado imprime a las cosas, todo indica que esta observación resultó tan perfectamente escuchada como decididamente aplicada. Este mango es también un garrote, ese poder lo entendió y los medios de comunicación siguen la cosa lo más que pueden, hasta, el punto de que basta abrir cualquier diario, cualquier radio para contabilizar sin ningún esfuerzo, uno por uno, los golpes de ese garrote. Sus posibilidades de intervención parecen ilimitadas, e infinito el espacio de su poder (hasta lo más íntimo de cada uno, en tanto que la police de proximité [*] -un invento... socialista, pero los "psi" de izquierda no están lejos- es, primero y ante todo, una policía del lenguaje: ¿qué puede estar más cerca de cada uno, en efecto, que su idioma?). "Biopoder" decía Foucault, y Cités iba a destacarlo (2). Pero psicoanalítico también, desde el momento en que el derecho mismo pretende ahora constituir, no menos, el alma de los sujetados a él (3). Por ejemplo, castigar al criminal en el supuesto provecho de la futura salud mental de su víctima. Sería no obstante erróneo atribuir sólo a los gobernantes el estar del buen lado del mango. Muchas minorías, sexuales u otras, no sueñan sino con eso y no pierden ocasión de apelar, también ellas, a lo que acabamos de llamar por su nombre: una policía. Tanto a la izquierda como a la derecha, se anhelan cada vez más leyes, se legisla sobre lo que puedo decir, sobre lo que debo callar. Otro ejemplo muy fresco: ¿a quién favorece un pediatra que denuncia, como la ley se lo exige, sevicias sexuales cometidas sobre niños? Muchos de aquellos a quienes la familia acusa de "denuncia calumniosa" cuando se ha pronunciado un sobreseimiento, no estarían mal orientados si se lo preguntaran (4). ¿El niño? Esta respuesta parece mucho menos obvia que la obediencia al amo a la que el médico está pura y simplemente obligado. En efecto, no se percibe lo suficiente de qué modo nuestros políticos, una vez elegidos, cesan de ser nuestros representantes para mutarse en amos; lo cual, hace poco, en Francia, fue perfectamente comprendido y activamente puesto en práctica.

En el intento de inaugurar otras modalidades del lazo social, Lacan, no sin respaldarse ampliamente en Foucault (5), anhelaba pacificar este juego componiendo el discurso del amo (6) con otros tres discursos: universitario, histérico, psicoanalítico. Esta tentativa iba a encontrar un vasto escepticismo en Foucault, quien por su parte no creía posible clasificar los discursos, y menos aún, como lo hizo Lacan, formalizarlos. Al comprobar tan sólo que, precisamente donde se proclama desde hace más de veinte años la pertenencia al discurso psicoanalítico, precisamente allí el mando se hace ostentatorio, se impone la conclusión siguiente: Foucault había dado en el clavo.

Fracaso, pues, de la discursividad lacaniana. Consecuencia: no hay registro intermedio que aguante entre el pensamiento del mango, un pensamiento que es también acción, y el sujeto. Pero, ¿qué ocurre precisamente con éste? Reduzcamos un palmo más el campo de nuestro zoom.
El inventor de la sesión puntuada sabía ser cortante, áspero incluso, llegado el caso; pero sabía también, a veces, abandonarse a ciertas confidencias, algunas íntimas, que no dejaban de impresionar a su público. Y ésta será nuestra segunda cita, de la misma fecha elegida aquí por corresponder a lo que tenía inicio hacia la misma época en los Estados Unidos: estudios gays y de lesbianas, resurgimiento del feminismo, agrupación de minorías sexuales en comunidades. ¿Qué decía Lacan, en la ignorancia de este movimiento? Algo que hace pensar que cada uno es una "minoría sexual", y que la experiencia psicoanalítíca recoge este dato.

"¿Qué nos une a quien se embarca, con nosotros, en la posición llamada del paciente? ¿No les parece que, si se se lo asocia a este lugar, el término 'hermano' que figura en todas las paredes: LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD, yo les pregunto, -en el punto de cultura en que estamos, de quién somos hermanos? ¿De quién somos hermanos en cualquier otro discurso que no sea el discurso analítico? ¿Acaso el patrón es hermano del proletario? ¿No les parece que esta palabra 'hermano' es justamente aquella a la que el discurso analítico otorga su presencia, aunque sólo sea porque trae consigo lo que ese petate familiar reclama? ¿Creen que es simplemente para evitar la lucha de clases? Se equivocan, es por otras cosas, no por los bártulos familiares. Somos hermanos de nuestro paciente porque, como él, somos los hijos del discurso."

Se trata de una reivindicación extrema, aun si la puerta que abre a los buenos sentimientos se vuelve a cerrar de inmediato con el anuncio de un ascenso del racismo. No habría más fraternidad que la psicoanalítica, aquella que, por obra del dispositivo diván/sillón -y, en efecto, la cosa es a veces patente- da su lugar a esa filiación, a ese engendramiento de un sujeto por el lenguaje, de un sujeto definido como pura hendidura entre dos significantes.
La ignorancia en la que Lacan se mantuvo con respecto a las minorías sexuales suponía también su parte de ceguera. Poco importa que esta ceguera tuviera sus razones (había otras cosas de qué ocuparse, Lacan dedicaba la mayor parte de su tiempo "libre" a dibujar nudos, a manipular cuerdas). La revuelta de Stonewall tuvo lugar en 1969; poco después (1973), los gays conseguían que la homosexualidad dejara de ser catalogada como enfermedad por los que creían tener que encargarse de ella (nos referimos a los psiquiatras, revestidos o no de un barniz psicoanalítico). Los primeros pasos del movimiento transexual, con la ayuda a la vez destacable y profesionalmente riesgosa del doctor Benjamin, son de la misma época. Sólo el feminismo -o más bien cierto feminismo- le habrá concernido directamente como "minoría sexual"; y aún esperamos rendición de cuentas por la prohibición impuesta a Serge Leclaire y Antoinette Fouque de dar seminarios en la Escuela freudiana (de la que Lacan es entonces director).

"¿Quién se ocupa de qué?". Lejos de ser obvia, la respuesta genera conflictos de poderes; dicho de otro modo, fluctúa históricamente (7). ¿Y qué sucedió en esta ocasión? Al organizarse de un modo comunitario, los que hoy llamamos gays supieron sustraerse al influjo que ejercían sobre ellos quienes, un siglo antes, habían conquistado ese dominio a la vez contra y a expensas de la pastoral cristiana y de la instancia penal. Seudodominio sería más exacto, pero las consecuencias fueron cada vez peores. Y el psicoanálisis, con su método radicalmente no médico (pero justamente no en América del Norte, al menos hasta hace muy poco tiempo, al no haber logrado Freud imponer su punto de vista), de todos modos colaboró. La demanda de una pastoral fue y sigue siendo de tal dimensión que terminó por ceder a ella ampliamente, virando así, de liberador que era, a disciplina normalizadora. Sustraerse no fue, pues, poca cosa. ¿Qué le sucede hoy a un transexual? Ya no se deja contar como tal cuando se lo diagnostica "psicótico" (las elucubraciones teóricas de los alumnos de Lacan, a despecho de algunos matices, en el fondo no cambian nada) (8). Si necesita la ayuda del médico (hormonas, cirugías), ya no se dirigirá a éste cara a cara, situación demoledora para él. Sus amigos-amigas le habrán indicado qué hay que saber decir para obtener lo que se desea obtener. Ya no se habla de él, de ella, y tampoco del horno; él / ella ha tomado las riendas, precisamente al formar comunidad con algunos otros, de su propia suerte, lo que Foucault intentaba para las personas encarceladas.

Esta salida histórica del imperio psicopatológico no concierne, es verdad, más que a unos cuantos parias. Parias de otro tipo, a los que llaman locos o neuróticos, no están en posición de forjar ellos mismos esa salida que por lo tanto, para aquellos, no lo es. Sin embargo, esta sustracción, por más parcial que sea, basta para exigir que se reconsidere todo un conjunto de enunciados y conceptos. La homosexualidad, la perversión y hasta la heterosexualidad ya no aparecen como esencias estables, «válidas en todo tiempo y lugar", como decía Charcot de su histeria, sino como construcciones que, desde el momento en que se las ubica así, han cumplido su cielo, nos guste o no.
No se trata solamente de quitar uno o dos casilleros (homosexualidad, transexualismo) de un tablero nosográfico que, excepto esto, se mantendría intacto. Ese tablero mismo está en cuestión desde el momento en que salieron a la luz, gracias a los estudios gays y lesbianos (y no por parte de los psicoanalistas), las condiciones socioculturales, las relaciones de poder de su fabricación, y luego de su uso como grilla de referencia.

Por otra parte, en los últimos años de su seminario, Lacan no se privó de empezar a hacer él mismo la faena. Indicar que la clínica analítica es lo que se dice en un análisis, y punto, ¿no implica descartar cualquier nosografía? Tal vez se percató entonces de que su apuesta de construir una clínica analítica fundada en el ternario perversión-neurosis-psicosis (yo lo llamo pernepsí), sin caer por ello en los brazos de la medicina, no había resistido al dominio ejercido por ésta, cada vez más invasor.

En el momento en que escribo estas líneas, ayudándome cada tanto con un cigarrillo, de pronto mi paquete preferido llega a mis manos con un nuevo envoltorio, negro como un aviso de fallecimiento y recuadrado como él, donde leo: "El fumar perjudica gravemente su salud y la de quienes lo rodean". ¡Mentira! Tratándose de mi entorno, la cosa acaba de ser demostrada por una vasta investigación médica norteamericana de la que, curiosamente, los medios de comunicación se hicieron muy poco eco. En cuanto a mi salud, quiero decir la propiamente mía, ¿qué se sabe? ¿Quién es el caradura que pretende decirme lo que sería bueno para mí? ¿Pero también decidir en mi lugar, y por el mismo movimiento, que mi bien (en el sentido de la ausencia de hybris) sería la cosa más valiosa de mi vida? Espero -será pronto- hallar similar inscripción en mi burdeos preferido, y luego acompañando el encebollado de liebre del restaurante de la esquina (¡colesterol!, y luego sobre mi manera de dormir o, incluso y más globalmente, de gozar o no de tal o cual cosa de la vida (un psicoanalista acaba de consagrar a esto un libro exitoso).
A decir verdad, la definición estricta del sujeto por el significante, esas puntas de materia jugando entre sí una a veces infernal ronda al margen del sentido (lo inconsciente es "un chancro" decía Lacan), basta para exigir del psicoanalista, en su fraternidad con el analizante, no recibir a éste sino descartando cualquier clase de categorización: nosográfica, sexista, racial, comunitarista. ¿Qué sé yo del que penetra en mi consultorio para demandarme un psicoanálisis? ¿Voy a juzgar por su aspecto, como un fenomenólogo, que es hombre, mujer, homosexual, religioso, pobre, inteligente, negro, joven o... lo que fuere? Justamente no. Un psicoanálisis, del lado del psicoanalista, no se inicia sino con esta abstención. Si Freud, en un gesto tan inaugural como la duda metódica de Descartes, no hubiera sabido y podido dejar su saber en el ropero, dar un paso al costado en relación con ese seudo-dominio ejercido por Charcot, simplemente jamás habría tenido lugar un "movimiento freudiano".

La clínica psicoanalítica en su versión nosográfica ha cumplido su ciclo. Por otra parte, hace mucho tiempo que la psiquiatría renunció al paradigma perversión-neurosis-psicosis. Es verdad que lo hizo poniéndose al servicio del amo del momento, por lo cual sin duda los locos fueron rara vez tan maltratados en Occidente como lo son hoy, cuando, menos onerosas en precio por jornada, las cárceles los esperan cuando ya no alcanzan los medicamentos para embrutecerlos. En fin, hace muy poco que se empieza a percibir el problema en esta disciplina.

En el análisis, nunca agradeceremos demasiado a las minorías sexuales, a los estudios gays y lesbianos, a la teoría queer, por incitarnos a considerar estrictamente la única minoría sexual con la que tenemos que vérnoslas: nuestra fraternidad a-sentimental, nuestra fraternidad en acto con el analizante.

 


NOTAS:

(1) Jean Allouch, La psychanalyse: une érotologie de passage, París, Epel, Cahiers de Vunebévue, 1998.
[*] Literalmente, "policía de proximidad": institución policial creada en distintos países, Francia entre ellos, que se caracteriza por sus particulares modos de acercamiento al vecino de la ciudad y de participación en las cuestiones de índole comunitaria. (N. de la T.)
(2) Cités, n2 2, 2000, "Michel Foucault: de la guerre des races au biopouvoir", París, PUF.
(3) Cf. L ' unebévue, n' 20, "Robopsy. Des lois pour les ámes, des ámes pour les lois", París, L´unebévue Ed., 2002.
(4) Sandrine Blanchart y Nathalie Guibert, "Des médecins s'inquiétent des conditions de signalement en justice de la maltraitance á enfants" ["Los médicos se preocupan por (de) las condiciones de denuncia a la justicia del maltrato a niños"], Le Monde, 29 y 30 de junio de 2003. La serie de tres genitivos incluida en el título debería indicar por sí sola que se está en un brete.
(5) En 1969, Lacan asistió a la conferencia de Foucault "¿Qué es un autor?" y participó en la discusión. La teoría de los cuatro discursos fue producida en los meses siguientes.
(6) Jean Allouch, Le sexe du maitre. L'erotisme d'aprés Lacan, París, Exils, 2001.
(7) Véase Vernon Rosario, L'irrésistible ascension du pervers entre littérature et psychiatrie, traducido del angloamericano al francés por Guy Le Gaufey, París, Epel, 2000. Así como Jonathan Ned Katz, L'invention de l'hérérosexualité, traducido del angloamericano al francés por Michel Oliva y Catherine Thévenet, París, Epel, 2001.
(8) Véase Pat Califia, Changer de sexe, traducido del angloamericano al francés por Patrick Ythier, París, Epel, octubre de 2003.

Texto extraído de "Jacques Lacan, Psicoanálisis y política", varios, págs. 81/88, editorial Nueva Visión, Argentina, 2004.
Edición original: PUF.
Selección y destacados: S.R.

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